LA NUEVA BABIA

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África. El sol se pone tras el inmenso horizonte tiñendo de rojo las tranquilas aguas del delta del río Okavango. Un río que desemboca en mitad del desierto del Kalahari. Para muchos, el último rincón salvaje del paraíso. Las grullas surcan las aguas y los hipopótamos bostezan aletargados, tras despertar de su siesta al sol.

 

Los elefantes han llegado por fin a sus fuentes de agua, cruzando bajo el fuego celeste el interminable desierto del Kalahari. La manada de Fanta sumerge sus patas en el fango de la orilla y juega con el agua valiéndose de sus trompas. Por fin han llegado. Antes dominaron el mundo, pero ahora quedan pocos. Muy pocos. La estación seca ha comenzado. Hienas y buitres se repartirán los restos de aquellos perdidos a lo largo del camino. El clima está cambiando y el desierto gana la partida. Llegaron mirando al cielo, esperando que los dioses los perdonen su pecado, deseando que las nubes aparezcan y descarguen su bendición sobre la tierra. Ahora barritan felices y arrojan al aire surtidores de agua en agradecimiento por la abundancia de la que disfrutan.

 

Pero aún queda un peligro más. Un terrible depredador: El Campechano, cazador insaciable con proverbial avidez de sangre. Se rumorea que ronda por Botswana invitado por una empresa petrolera. Sus esclavos lo transportan en todoterreno en busca de presas a las que, en su estado senil, pueda disparar sin errar el tiro. Por ello, han de ser suficientemente grandes. La degeneración congénita producto de una estirpe endogámica se extiende por su cuerpo impidiendo un excesivo discernimiento.

 

Cuentan las leyendas que el Campechano fue una vez un rey, en un país imaginario lleno de ladrones. Salió de allí huyendo del tumulto organizado por sus yernos tras decir a los súbditos que había que apretarse el cinturón. Después, mientras todos se preguntaban dónde estaba, se ajustó la canana. No conviene que vaya floja. Las balas pueden perderse.

 

Todos se preguntaban dónde estaba su rey. No es que le echaran demasiado de menos, ya que no solía intervenir en los asuntos mundanos ni en las disputas que trataban de dirimir en el parlamento cuál de sus miembros era mayor ladrón. ¿Y dónde estaba si no en la nueva Babia? En la Edad Media, Babia era una comarca de caza abundante, en donde los antiguos reyes buscaban reposo y refugio de las intrigas palaciegas. Por ello, cuando los súbditos preguntaban por su rey para que interviniera en la resolución de algún problema, la respuesta de los ministros era siempre la misma: “el rey está en Babia”. Ahora, la nueva Babia, mucho más inmensa y con mayor calidad cinegética, colmaba todos sus sueños.

 

 

El todo terreno avanzaba veloz por los caminos polvorientos. Encontrar elefantes no resultaba difícil. Después de todo, no es fácil esconder una mole semejante. Tras doblar un recodo en el camino, Encontraron a Fanta en un claro del bosque, arrancando hojas de los árboles y alimentándose con su cría.

 

El valiente cazador, apostado sobre el todoterreno a escasos metros de Fanta, se llevó la carabina al hombro y con cierto temblor apuntó a la cabeza del mastodonte. Fanta lo miró desafiante. El día de su ejecución había llegado, pero su edad y posición en la manada la permitían morir con orgullo.

 

 El Campechano Percibió la mirada acusadora de Fanta a través de la mira de su fusil. Le recordó a la película de “El cazador”, protagonizada por Robert De Niro, al instante en que el ojo del ciervo restalla a través de la mira telescópica del rifle. Siempre le gustó esa película. Le transportaba a su juventud, cuando teniendo dieciocho años jugaba en el salón de tiro con su hermano a la ruleta rusa, con aquel revolver calibre 22. Cuando les encontraron, el Campechano todavía tenía en la mano la pistola humeante y el hermano yacía muerto. Un proyectil había atravesado limpiamente, a través de las fosas nasales, su joven cerebro.

 

Quizás fue en aquel momento cuando la pasión por la caza mayor se despertó en su corazón, pues a lo largo de su vida había sembrado el terror entre las especies más protegidas. Leones, leopardos, osos, lobos, bisontes y un sinfín de especies colgaban hoy de sus paredes, con sus cabezas inmovilizadas en el tiempo por el arte momificador de los taxidermistas en un último instante de terror, rodeando el emblema de presidente honorífico de asociación ecologista.

 

Mientras tales pensamientos asaltaban su cerebro, el dedo lentamente se enroscó sobre el gatillo. El disparo causó gran estruendo. Los flamencos del delta levantaron su vuelo y Fanta cayó muerta, con una bala de plomo ardiendo en su cerebro. Una bella criatura menos en éste mundo. Su sangre y la de sus descendientes nonatos se perderá para siempre.

 

Y después.... Lo de siempre. Lo que se hace siempre en Babia cuando no se tiene otra cosa que matar salvo el tiempo. Pero ésta vez quizás sea diferente. Quizás, de alguna forma, bajo la luna de áfrica, el espíritu de la vieja elefanta siga allí, escudriñando en la oscuridad con ojos enrojecidos y diciendo: Oh, si, amigo. Tú también eres un viejo elefante. Quizás llegó el momento de que seas cazado.


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