Muerte se Escribe con X. (Capítulo 1/5).

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Muerte se Escribe con X. (Capítulo 1/4).   Miér Feb 11, 2015 10:09 pm Un viejo y Extraño Justiciero.
Era noche ya cuando ambos individuos jóvenes salieron de la cantina del peligroso barrio en los  suburbios de la ciudad; iban evidentemente chispeantes por el alcohol.  Con una botella que “llevaban pa’l camino”, se detuvieron en una esquina, a la sombra de un poste de alumbrado público  con su gran luminaria  quebrada,  quizás por ellos mismos.
–Compadre, “quedamos pato”  (sin dinero).
—No se preocupe cumpa, ya pasará algún gil y lo “hacemos de cogote”( asalto).
Tomando un largo trago de la botella, el  mayor de ellos, lanzó una mirada irónica.
–Sí,  pero … esta vez déjelo vivir, poh.  Nos vamos a echar encima a los polis si seguimos dejando desparramados tantos finados por todos lados.
Ese sector realmente era tenebroso, precisamente porque  los delincuentes que vivían allí practicaban su deporte favorito: lanzar piedras  y quebrar los faroles  para cometer sus fechorías. Comenzaron a conversar y compartir los problemas familiares que los aquejaban y así estuvieron un par de horas.
—¡Hey, cumpa, un gil a la vista!  ¡Más encima parece que es un viejo! —riendo se aproximó solo donde un desconocido que aparentaba más de sesenta años.
—¡Hola tatita, buenas noches! ¡Qué suerte que haya pasado por estos rumbos! —con voz quejumbrosa continuó:  — Deme unas moneditas, mire que ando sin ni cobre.
El anciano, con pelo largo y canoso, iba con su rostro un tanto embozado con una bufanda. Su caminar cansino se detuvo  como si estuviera asustado. Su espalda curvada lo hacía quedar de la misma estatura de los dos tipos.
—Muchacho, soy tan pobre como tú y no ando con plata —su voz serena sonó conciliadora y esto envalentonó más al cobarde.
El otro hampón se acercaba lentamente, pero emprendió la carrera para echarse sobre el viejo.
—¡Entréganos la plata, viejo de mierda, si no hasta aquí llegó tu vida!
En su diestra brillo el acero de una navaja y el anciano retrocedió un par de pasos con sorprendente rapidez.
—¡Uuuaajajajajáaaaa! —Su risa satánica  erizó los pelos de los hampones y vieron que el débil hombre se alzó, apareciendo más alto que ellos—  ¡No tengo plata, sólo plomo para ustedes!  ¡Encomiéndense  a la misericordia de Dios, que yo no perdono!
Los asaltantes quedaron helados ante un bulto que levantó el vejete y murieron sin saber que dentro de una bolsa plástica una pistola ladró dos veces y sus negros corazones fueron atravesados por proyectiles que se  clavaron en alguna parte de  la tierra del oscuro callejón.
Con toda calma y con una mano enguantada, tomó el cuchillo caído y procedió a hacer dos cortes en las frentes de los desgraciados. Terminó por clavar el arma blanca en la tierra junto a uno de los cadáveres. Les había dibujado una gran X que apenas sangraron, pues el corazón de los malditos había dejado de latir al ser destrozado por su mortal puntería.
Miró la bolsa trasparente y comprobó que allí estaban las dos vainillas de las balas disparadas. Satisfecho se adentró por el lugar más negro y desapareció sin que nadie quisiera ser testigo, pese a los estampidos un tanto sordos.
En una ventana cercana dos mujeres observaron como la sombra de la muerte se alejaba tranquilamente. Pudo más la curiosidad que el temor y con una linterna iluminaron los dos cuerpos.
—¡Ay, Dios mío, mataron a mi primo Leto y a su amigo el Negro!
Sólo entonces llegaron los demás vecinos con linternas y llamaron a la policía. Los uniformados miraron extrañados los cortes en la frente.
—Sabe, mi cabo, de estas heridas han hablado en otras partes de la capital —la voz del joven carabinero sonó trémula—.  Apuesto que son los locos que se creen vigilantes y ajustician a estos bandidos.
El clamor de los parientes y amigos de los finados tratados como bandidos, se elevó ahora contra el pobre policía, quien, aliviado,  vio llegar otras patrulleras con muchos colegas que despejaron a golpes de luma (bastón de madera muy dura) el Sitio del Suceso.
(Continuará).
Llamen al Inspector Carrados.

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