Una Investigación … con Faldas
Cuando el Comisario Gustavo Calderón, su jefe directo, le presentó a la detective Mireya Mackay, una rubia bellísima de indudable ascendencia escocesa, Carrados se limitó a mirarla fijamente a sus ojos azules, hasta que la frondosa cortina de rubias pestañas se inclinó al piso.
El ¡Ejem! fuerte del Comisario, despertó a los dos jóvenes detectives y ella levantó su mirada.
—¡Vaya, mi estimado señor Carrados! Siempre creí que usted era inmune a todo … llegué a pensar que era de otro planeta! —su carcajada de buen hombre hizo que el inspector lo mirara interrogativamente.
—Sí, sí, estimado Inspector Carrados, al fin he tenido el gusto de ver que usted es humano.
Nuestro héroe retornó a la impasibilidad, ante la disimulada mirada de la joven funcionaria.
—Señor Carrados, tengo el agrado de presentarle a su nueva compañera, pues no basta con su ayudante González. Esta pesquisa deberá hacerse con cautela e inteligencia.
González quedó perplejo, pues siempre había trabajado solo con su “jefecito “ Carrados ; había quedado encandilado con la hermosura de su colega femenina, pero sentía cierto resentimiento por tener que compartir las aventuras con una muchachita que se veía tan delicada.
Se aproximó a Carrados, su “Jefecito” directo, y casi en el oído le murmuró:
—Además de su belleza ¿Qué tiene de extraordinario nuestra coleguita?
El Inspector, siempre con su mirada tranquila como la superficie de una laguna, se dirigió al Comisario.
—Señor, perdone usted mi insolencia, pero tengo curiosidad por saber la razón que ha tenido usted para enviar a nuestra colega Mackay para ayudarnos.
—Mmmmm, estimado señor Carrados —la respuesta fue pronunciada lentamente, como midiendo las palabras para entregar una idea fuera de lo común—, sé que va a parecer extraña esa razón.
El hombre maduro tomó aire con exageración, mientras sonreía suavemente.
—Ustedes saben que recurrimos a muchas triquiñuelas para cumplir nuestra labor. …—Se tomó el mentón y le daba suaves golpecitos con sus dedos; amplió su sonrisa y con decisión, agregó— Caballeros le presento a una maestra del disfraz.
Carrados no se inmuto, como era su costumbre, pero a su ayudante, González, se le cayó la mandíbula con sorpresa.
El Jefe ya los conocía, de modo que habló al pasmado Detective con una cuasi carcajada.
—¿Sorprendido, señor González? Veo que todavía no ha necesitado cambiar su aspecto; es probable que el señor Carrados ya lo haya hecho alguna vez.
No se molestó en mirar al joven sabueso, pues conocía la impasibilidad que lo caracterizaba. La rubia los contemplaba con tranquilidad, a pesar del halago recibido.
El ayudante seguía mirando al superior jerárquico con muda interrogación.
Éste, aclarándose la garganta dio comienzo a una explicación que al final resultó lógica.
—En casi todos los homicidios…, digamos de frentón las ejecuciones sufridas por los bandidos, hay testigos que el o los autores eran individuos de avanzada edad, pero que actuaban ágilmente. Surgió la sospecha que se trata de hombres jóvenes disfrazados de ancianos; no se trata que yo los aplauda, pero veo que los criminales son ingeniosos, entran y salen de cualquier población sin que se les reconozca. No hay declarante que pueda describirlos.
Con un suspiro, el Comisario, con cierta ironía les dio una orden.
—Ustedes dos caballeros, deberán ir a “entretenerse” y leer todas las declaraciones de aquellos pobladores que vieron al o los ancianos causantes de estos asesinatos.
(Continuará).
El Ingenio Vence a la Destreza.
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Muerte se Escribe con X. ( Capítulo 3/5).
Por Jaimeo
Enviado el 11/02/2016, clasificado en Intriga / suspense
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Una Investigación … con Faldas
Cuando el Comisario Gustavo Calderón, su jefe directo, le presentó a la detective Mireya Mackay, una rubia bellísima de indudable ascendencia escocesa, Carrados se limitó a mirarla fijamente a sus ojos azules, hasta que la frondosa cortina de rubias pestañas se inclinó al piso.
El ¡Ejem! fuerte del Comisario, despertó a los dos jóvenes detectives y ella levantó su mirada.
—¡Vaya, mi estimado señor Carrados! Siempre creí que usted era inmune a todo … llegué a pensar que era de otro planeta! —su carcajada de buen hombre hizo que el inspector lo mirara interrogativamente.
—Sí, sí, estimado Inspector Carrados, al fin he tenido el gusto de ver que usted es humano.
Nuestro héroe retornó a la impasibilidad, ante la disimulada mirada de la joven funcionaria.
—Señor Carrados, tengo el agrado de presentarle a su nueva compañera, pues no basta con su ayudante González. Esta pesquisa deberá hacerse con cautela e inteligencia.
González quedó perplejo, pues siempre había trabajado solo con su “jefecito “ Carrados ; había quedado encandilado con la hermosura de su colega femenina, pero sentía cierto resentimiento por tener que compartir las aventuras con una muchachita que se veía tan delicada.
Se aproximó a Carrados, su “Jefecito” directo, y casi en el oído le murmuró:
—Además de su belleza ¿Qué tiene de extraordinario nuestra coleguita?
El Inspector, siempre con su mirada tranquila como la superficie de una laguna, se dirigió al Comisario.
—Señor, perdone usted mi insolencia, pero tengo curiosidad por saber la razón que ha tenido usted para enviar a nuestra colega Mackay para ayudarnos.
—Mmmmm, estimado señor Carrados —la respuesta fue pronunciada lentamente, como midiendo las palabras para entregar una idea fuera de lo común—, sé que va a parecer extraña esa razón.
El hombre maduro tomó aire con exageración, mientras sonreía suavemente.
—Ustedes saben que recurrimos a muchas triquiñuelas para cumplir nuestra labor. …—Se tomó el mentón y le daba suaves golpecitos con sus dedos; amplió su sonrisa y con decisión, agregó— Caballeros le presento a una maestra del disfraz.
Carrados no se inmuto, como era su costumbre, pero a su ayudante, González, se le cayó la mandíbula con sorpresa.
El Jefe ya los conocía, de modo que habló al pasmado Detective con una cuasi carcajada.
—¿Sorprendido, señor González? Veo que todavía no ha necesitado cambiar su aspecto; es probable que el señor Carrados ya lo haya hecho alguna vez.
No se molestó en mirar al joven sabueso, pues conocía la impasibilidad que lo caracterizaba. La rubia los contemplaba con tranquilidad, a pesar del halago recibido.
El ayudante seguía mirando al superior jerárquico con muda interrogación.
Éste, aclarándose la garganta dio comienzo a una explicación que al final resultó lógica.
—En casi todos los homicidios…, digamos de frentón las ejecuciones sufridas por los bandidos, hay testigos que el o los autores eran individuos de avanzada edad, pero que actuaban ágilmente. Surgió la sospecha que se trata de hombres jóvenes disfrazados de ancianos; no se trata que yo los aplauda, pero veo que los criminales son ingeniosos, entran y salen de cualquier población sin que se les reconozca. No hay declarante que pueda describirlos.
Con un suspiro, el Comisario, con cierta ironía les dio una orden.
—Ustedes dos caballeros, deberán ir a “entretenerse” y leer todas las declaraciones de aquellos pobladores que vieron al o los ancianos causantes de estos asesinatos.
(Continuará).
El Ingenio Vence a la Destreza.
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