En tu ausencia...
Por Tazzia Mayo
Enviado el 11/02/2016, clasificado en Adultos / eróticos
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Llovía fuera, entre las sábanas, oía el repicar de las gotas en la ventana mientras en mi cabeza solo estabas tú; tu mirada, tu tacto, tus palabras, el anhelo de tus labios buscando los míos. ¿Cómo un instante tan breve podía perdurar años después…, sin haber tenido ocasión de volver a encontrarnos? Mi mente intentaba averiguar una explicación y entre mis piernas, el anhelo de nuestro encuentro provocaba una humedad que llevaba su nombre.
La mente no pudo con el instinto, y movimientos suaves, lentos y precisos, arqueaban mi cuerpo mostrándolo bajo las sábanas. Sí, no podía dejar de buscar una explicación, pero mi cuerpo necesitaba liberarse, contraerse con el recuerdo de su cuerpo, de sus manos en el contorno de mi cintura con esa ansiedad de poseerme; allí mismo, en ese preciso momento donde el mundo había desaparecido a nuestro alrededor. Solo escuchábamos nuestras respiraciones, solo sentíamos la excitación de nuestros cuerpos al habernos encontrado al fin, solo… queríamos calmar la conexión que años atrás nos había unido a pesar de los kilómetros que nos separaban; ¿cómo podría evitar no reaccionar ante ese recuerdo? Sin planteármelo más, llevé mi mano hacía mis braguitas, húmedas por él. Poco a poco acaricié mi sexo suavemente, llevando mis dedos bajo la fina tela que lo cubría. Un leve gemido pareció llamarle. Le imaginé junto a mí, con sus manos fuertes entrelazadas en mi cuello, mientras su mirada navegaba en la mía y su erección clamaba más atención. Se colocó sobre mí y llamé a las puertas del cielo. Me contuve; necesitaba más, quería que aquella imagen en mi cabeza no desapareciera. Rozaba su sexo sobre el mío, con movimientos perfectos. Su lengua recorría mi cuello hasta llegar a mis pezones ávidos de sentir su lengua sobre ellos, humedeciéndolos, mordisqueándolos… queriéndolos. Sin guión que seguir, continuó descendiendo hasta llegar entre mis piernas donde la humedad lo asediaba todo.
No pude retener más la corriente que levantó mis caderas de la cama, arqueándome con un gemido agudo, prolongado e intenso, que por un segundo… pudo compensar su ausencia.
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