Edad carnal... ¿o mental?

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—Voy a verle, Andrea… ¡voy a verle! ¿Sabes lo que eso significa? —exclamó Paula agitada.

—¿Que la humedad te llegará a los pies?

—Ja.Ja.Ja, a veces eres tan graciosa que si me diera una parálisis, mi cara quedaría como la del Jocker.

Paula colgó y olvidó de inmediato el comentario sarcástico de Andrea. Apenas habían compartido unos mensajes, pero cuando estos sonaban en el móvil, su cuerpo se estremecía como hacía mucho no recordaba; era un escalofrío que le ponía la piel de gallina y contraía su entrepierna de manera instintiva. Era una locura, lo sabía, pero una locura de las que daban sentido a esas mañanas en las que las sábanas parecen no querer que tu cuerpo se despegue de ellas.

Él era diferente, a punto de cumplir la cuarentena, había algo que le atraía sin poder oponerse. Era como un imán al que no podía resistirse —y siendo sinceros, ¿por que oponerse?—, ya tenía edad para no salir corriendo como el resto de hombres que se habían cruzado con ella en los últimos años. Pequeñas confidencias, comentarios (para otros insignificantes), le hacían creer a Paula que valía más por el corazón que escondía en el pecho que por lo que escondía entre sus piernas. Tras un par de días que parecieron eternos, al fin se levantó por la mañana y se harían realidad todas las hipótesis que su imaginación no dejaba de formular.

 

De pie frente a la entrada del centro comercial, Paula agradeció estar en el centro y que la gente abarrotara la calle; podía ocultar su cara de pánico, sin que fuera tan evidente para Sergio. Le pareció escuchar un «hola» entre la algarabía, pero pensó que podía ser a cualquier otra. Otra vez. Esta vez más fuerte y cercano; tras ella. Cogió todo el aire que pudo y se dio la vuelta. «Wow, ¡qué flaco favor le hacen las fotos! ¿Puede estar más bueno? No podré mantenerme de pie mucho tiempo, necesito una silla, un escalón… ¡lo que sea! ¡¿Por qué demonios hay tanta gente aquí?! Respira, Paula, respira». Era más alto de lo que esperaba, y cuando se dieron dos besos pudo oler su ropa; lo que no hizo sino aumentar el temblor de sus piernas. «Es el suavizante que tanto me gusta, y en él, huele aún mejor». Consiguieron mesa en una cuca cafetería escondida tras la atestada plaza, y no pararon de hablar durante las tres horas que pasaron como si hubieran sido tres minutos. Llegó la hora de la despedida. Paula, no podía obviar el hecho de que Andrea tenía razón;  sus pies parecían colmados de humedad. Intentó controlar sus contracciones internas, su mirada de deseo, incluso el morderse el labio inferior mientras lo recorría con su lengua, pero sabía que no lo había conseguido cuando se despidieron. Durante veinte minutos estuvieron parados en la boca de metro, como dos adolescentes; ninguno daba el primer paso (ni para marcharse ni para todo lo que pasaba por la mente de Paula…) hasta que los labios de Sergio comenzaron a moverse.

—¿Nos vemos la semana que viene? Estoy libre…

—Sí, creo que podré encontrar un hueco. —«Bien, Paula, bien. Tranquila, natural, mirándole a los ojos… Bien por mí».— Ya me dirás cuándo.

Paula se dio la vuelta y comenzó a bajar las escaleras mirando de soslayo a Sergio, mordiendo su labio inferior, contrayendo su sexo y realizando todos los verbos que conocía terminando en gerundio. « ¡Por Dios! ¿Pueden experimentarse más sensaciones a la vez sin que el cuerpo explote?».

Los días pasaron, y tras unos escuetos mensajes; vacíos de la intención que Paula esperaba, Sergio no parecía dar el siguiente paso; así que decidió darlo ella. « ¿Por qué no? Ya somos mayorcitos, no tenemos edad para quedarnos con las ganas…, ya me masturbé lo suficiente y lo que necesito es su compañía mientras lo hago (entre otras cosas, claro)». Creyó haber enviado el mensaje perfecto, pero la respuesta —que aunque casi inmediata, no dejó de sorprenderle— fue demoledora: Tranquila, intentaré que así sea.

« ¿Qué? ¿Ya está?»

—De verdad te digo, Andrea, que parezco una quinceañera detrás de mi primer beso.

—¿Sabes? Creo que eres tonta, sí, pero por creer que no puedes conseguir a alguien mejor. Has puesto en él todo lo que tu mente quería que fuera. Dejaste a un lado la realidad. Nena… creo que no malinterpretaste las señales… solo que él se ha asustado.

—Roza la cuarentena, bonita. ¿Cuándo se supone que la edad mental impera a la edad carnal? —Paula no podía creer que hablar con sinceridad fuera, de nuevo, el problema.


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