Anoche me dijiste que mañana

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El domingo, a las 9:47 a.m., Bartolomeo despertó. Exactamente trece minutos antes de que sonara su alarma dominical. Esta vez despertaba con una sonrisa en el rostro. Siendo honestos, no fue precisamente despertar, sino más bien, abrir los ojos. Ya que entre las seis de la mañana –hora en la que llegó a casa− y las nueve con cuarenta y siete; no pegó el ojo por más de dos minutos seguidos. La razón: Raisa.

Hasta el momento, Bartolomeo solo ha conocido una mujer inmune a sus encantos, apática a cada uno de sus coqueteos y totalmente ciega a cualquier intento desesperado por captar su atención. Para él, Raisa es la personificación más precisa de la arena, la cual se le escurre entre los dedos cada vez que cree tenerla. Este cruel proceso quizá se deba a su alto coeficiente intelectual, capaz de detectar problemas cerca y evitárselos con las más sutiles respuestas. O quizá a un minucioso mecanismo de defensa, cuya función es evitar dolor innecesario y distracciones abstractas que la alejen de sus objetivos. O quizá simplemente, la más despiadada de las alternativas, se deba a un enorme déficit de atracción por parte de ella.

Sin embargo, como sucede con toda mujer y su infinito universo de complejidades. En el tiempo que compartieron, Raisa presentó dos versiones completamente distintas: una versión era cariñosa y amante del contacto físico; la otra, era aburrida y reacia a toda conversación. Eran dos personas diferentes dentro de ella, una clara bipolaridad que, sin darse cuenta, atraía a Bartolomeo hasta los huesos. Y él, que siempre fue un hombre de retos, descubrió en ella el más difícil de los retos amorosos hasta ahora.

Con ella conocería la terrible sensación de caminar sobre campos minados, calculando cada uno de sus movimientos, palabras y reacciones para intentar no espantarla y garantizar que Raisa, con su peculiar personalidad, no sienta siquiera un disgusto. En pocas palabras; Bartolomeo aprendió por la fuerza, el arte de pensar antes de actuar.

El pobre Bartolomeo además de estos duros momentos, pasaba mucho tiempo al borde de la paranoia. Rompiéndose la cabeza con teorías y un sinfín de situaciones hipotéticas que pudieron haber acontecido para que Raisa reaccionara de una manera u otra. Si hizo algo indebido o si la causa de sus impredecibles desenlaces sea otro hombre en su vida. Uno que realmente la llene como él aún no ha podido conseguir.

En los breves momentos de atención que le tocaban; Bartolomeo aprendía inconscientemente de anatomía, de una serie de términos confusos como escoliosis, lordosis y otros más. Y sin embargo disfrutaba de estos efímeros destellos de luz, porque comprendía que era Raisa dejando atrás ese enorme muro invisible que los separa y abriéndose ante él, tal y como es, tocándole las manos y señalando cada uno de los huesos en ellas, antes de entrelazar sus dedos con los de él y sonreír. Esos son los pequeños momentos que Bartolomeo guarda con aprecio, pero también con mucho cuidado. Porque sabe que tarde o temprano, cuando Raisa nuevamente desaparezca, tendrá que usarlos a modo de esperanza.

Cuánto hubiera dado por cambiar aquellos temas confusos que no llegaba a entender por temas como el amor, los sentimientos, el romance; pero era tan difícil llegar a ella. Superar todas las capas que la protegen y llegar a su lado más vulnerable. Se tornaba tan complicado encontrar las palabras correctas y el momento adecuado que simplemente escogía desistir y seguir haciendo  más de lo mismo: reprimir sus más sinceros deseos con tal de no perturbar la fugaz paz que Raisa le brindaba.

Así pasaría varias semanas, actuando como la sombra de una mujer que solamente izaba una enorme bandera de indiferencia en su rostro. Semanas enteras en las que la palabra menosprecio retumbaba en sus oídos. Un rechazo constante que jamás había sentido, pero que muchas veces hizo sentir. En cierto modo; Raisa actuaba como él con otras mujeres. Ignorándolas, repeliéndolas y desapareciendo por largos intervalos; demostrando un desinterés total por mujeres que quizá hubieran tenido las mejores intenciones. Pero el ser humano es una criatura masoquista que puede dejar pasar cariño sincero para mendigar amor por voluntad propia.

No obstante, a Bartolomeo le llegaría su oportunidad. Esa es la razón de su sonrisa al abrir los ojos. Si esta vez −esta única vez−, Raisa cumple con su palabra, entonces Bartolomeo se arriesgará, dejará de lado sus miedos y expondrá sus sentimientos. Quizá esta vez sea diferente. Teniendo en cuenta que este encuentro fue pactado por ella anoche; cuando se le acercó, lo miró directamente a los ojos y le preguntó si querría verla hoy. Bartolomeo simplemente sonrió y le dijo que sí.


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