EL día 6 de septiembre del año 1930 por medio de un sangriento golpe de estado el general Uriburu desplaza de la presidencia a H. Yrigoyen. La oligarquía Argentina, junto a un sector de la clase media, y esbirros en su reluciente uniforme festejaban en las calles, la insipiente victoria frente al radicalismo. Es tanto el éxtasis que se vive, que hasta Gardel le dedica un tanguito. Pero no todos son festejos. La ley de residencia sube a miles de extranjeros a barcos, que al llegar a sus países de origen serán procesados, juzgados y ejecutados, por los diferentes regímenes fascistas de Europa. La Fora (Núcleo de organización obrera más radical de los trabajadores), llama a la huelga general y es nombrada ilegal. Después de meces de persecuciones, disparos, y muertes, Víctor Logra dar con el paradero de Severino. Se perpetuaban reuniones clandestinas ideando el plan de resistencia, rusos, polacos, españoles, italianos, y por supuesto, porteños y provincianos, que formaban el grupo, intentarían oponer resistencia al régimen fascista, cueste las vidas que cueste. Pero toda lucha armada necesita de fondos, y uno de estos es la expropiación por medio de la violencia, soliviantar la tranquilidad burguesa con un verdadero acto de terror o posar para el chisme del día, en todas las tapas de los diarios oficiales. El plan costear la lucha con dinero del régimen era tentador. El 22 de cada mes en la central del correo ubicado entre las calles C. Farrel y O´connor, llegaban alrededor de las 8 de la mañana, los pagos atrasados, entre miles de cartas, custodiados por cosacos a caballo. El viejo administrador de la correspondencia, era un hombre bajo, robusto, de facciones horribles, que redistribuía el efectivo, entre los esquiroles de siempre, quizá liquidaba algunos sueldos, o leía correspondencia ajena, comentando desgracias, danzas macabras, o hablando de lo bien que se vivía desde que el general tomó el poder. Uno de los cosacos llevaba siempre un maletín, aunque era elegido al azar, y lo acompañaban entre 8 o 10 policías a caballo. Frente al correo había un bar de esos que parece que siempre han estado en el mismo lugar, pese al paso del tiempo. En la mañana del atraco, llovía.
8:40 am. Llegan los cosacos a la entrada del correo. El italiano gordo de rasgos molestos, salió a su encuentro con una gran sonrisa, lucía despreocupado, se calzó su sombrero y salió al encuentro con la lluvia, y el dinero. Comenzaron a descargar los paquetes, bolsones inmensos de cartas, 2 maletas con billetes que fueron fáciles de reconocer por los alaridos de placer y risas burlonas que dirigía el italiano para con sus interlocutores.
En el restaurante, el cantinero, un poco alertado un poco asustado por los presentimientos que tenía sobre el asunto, estaba inquieto. Tadeo, Guillermo, el italiano Larrossi, y el ruso Potklin, se quedarían vigilando desde el bar, y cubrirían la retirada. Víctor, y Severino ansiosos pero animados, conversaban frenéticos entre ellos, la idea de uno era esperar algunas semanas más, el otro hablaba de la necesidad de ese dinero, de la situación crítica de la dictadura, apremiaba la acción directa, y al ver que los cosacos enfilaban para irse, ya no hubo más tiempo para discutir.
Armados con dos revólveres y unas cuantas balas salieron del bar, el diluvio cubría la calle, a Víctor le daba vueltas la cabeza, no sentía miedo a la muerte, pero si curiosidad, como quien se lanza con rabia ante una tarea muy compleja, pero gratificante. Entraron al correo, ambos se miraron, y con el corazón acelerado hasta un éxtasis gustoso, redujeron al personal del correo, el tipo gordo, escondido tras las cajas llenas de cartas, y extensas pilas de papel les descargaba su innecesaria balacera. Severino frenético, como un idealista, convencido de que la violencia se paga con violencia, tarda un segundo en apuntar y POUM!!!, descarga una certera bala que dá contra el pecho del italiano de horribles facciones.
- Tenemos una suma de 286.000 pesos, o lo que pude contar, a lo mejor haya más. ¿Nos vamos?, dijo Víctor, haciendo un gesto y caminando hacia la puerta por donde 3 minutos antes habían ingresado.
Pero no todas las cosas estaban a su favor ese día. Y quizás por la lluvia, el destino, o quizás por fuerzas misteriosas ajenas, la guardia de los cosacos había dado la vuelta manzana y ya casi estaban a las puertas del correo. Tadeo, Guillermo y Larrossi se levantaron alarmados por la situación, y sacaron sus armas.
-No en mi restaurant!!, si quieren jugar a los bandidos, desenfunden en la calle, esto no se arregla con violencia- comentaba el cantinero de obstinado socialismo reformista.
El primero en salir fue Guillermo, POUM, POUM, POUM!!!, conocido y temido por su puntería, logro herir a uno de los cosacos, pero en unos simples segundos, confundidos, alcanzaron hacerse con el control de sus caballos y preparar sus fusiles para responder a los disparos. El ruso Potklin, tomó del cuello de la camisa a Guillermo, para ponerlo lejos del fuego desorganizado de los montados. Al ver que salían del restaurant varios sospechosos más, la policía descargó centeneras de balas contra los bandidos. Tadeo cayó al suelo, una bala había traspasado su garganta, y se desangraba en extraños movimientos nerviosos, hasta que su cuerpo se endureció de golpe, tieso, yacía en un charco de sangre oscura. También el viejo cantinero, que husmeaba por la ventana la escena, caía al suelo, una bala había impactado en su pulmón derecho. Pobre viejo obstinado, hubiera sido más útil el fuego de su escopeta.
Al salir, y ver esta escena fugaz, POUM POUM POUM! , Victor y Severino descargaron con furias sus armas, cayendo muertos tres policías, los caballos se asustaron y encolerizaron, tirando a uno de sus jinetes. Esta distracción aventajó a los expropiadores, que, aunque tristes, por la muerte de sus colegas, intentaron darse a la fuga. Eso consistía en llegar hasta el auto de Edmundo, conductor hábil esquivando los controles de la policia, que los ayudaría a escapar. Pero entre los gritos de los transeúntes que se ponían pálidos por la escena tétrica, y los disparos, salieron a las calles civiles armados, que pretendían proteger el orden público. Rodeados, no tuvieron tiempo a pensar en las posibles maneras de huir, recargaron, inertes, sus revólveres, y se cruzaron en una intensa balacera, detonaciones se escuchaban por doquier, el silbido de las balas pasando sobre sus cabezas, la muerte danzaba entre ellos, con su máscara mas triste, la libertad, ante sus ojos emborrachados de placer. Víctor logro herir a uno de esos civiles armados, pero al ver que una nena caía de espaldas a suelo, dejo de disparar. La escena lo paralizó, escuchó un sonido seco, algo que chocaba contra él, la expresión de su rostro se puso seria. Severino lo empujó hacia el auto que con las puertas abiertas aguardaba. En eso, mal herido se acercaba al auto, Guillermo. Habían muerto todos y él con lágrimas en los ojos, caminaba a paso lento, la sangre lo cubría, lloraba, su expresión se volvió en un gesto de delirio ardiente.
- no los pude salvar. Tuve que matarlos a todos!, entre sollozos, repetía y repetía, - los mate a todos!
Aceleraron.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales