Abruptamente, en una calle de la capital, un chico se detiene. Él frío mordaz lo hizo dar cuenta que había dejado sobre el sillón, donde hacía minutos había estado, su abrigo. Inmediatamente pensó que sus llaves estaban en él. No tuvo otra opción que regresar. Pensaba cuánto había deseado salir de allí y se mordió fuertemente los labios, enojándose consigo mismo por su inadvertencia. Consideró no volver, buscar un sitio donde quedarse, buscar un hotel, pero la billetera también había quedado en su abrigo. Hasta consideró sentarse en la plaza y esperar a que aconteciera la mañana. Pero la lluvia no daba tregua y el frío era lacerante. Pensó que eso sería más estúpido que volver, así que lo hizo. Regresó, caminaba bajos los techos, lentamente, como si esperara que mágicamente sucediera algo que le impidiese volver, o sencillamente que la lluvia pare y poder quedarse allí. Pero llegó, se mantuvo parado frente a la puerta, inmóvil, como paralizado. Se exasperó por su indecisión. De modo que se acercó al timbre, una voz entrecortada, que sonaba compungida contestó. Odio tener que estar haciendo esto, pero olvidé algo, dijo él, tímidamente. Lo sé, te abro, dijo ella, sin darle tiempo a contestar, él hubiera preferido que ella bajase, pero no tuvo tiempo de hablar. El portero sonó y otra vez su indecisión no le permitía entrar, pero supo que cuanto más rápido lo hiciera, sería mejor. Llegó hasta el décimo piso, la puerta estaba abierta, pero no había nadie allí, así que, celosamente, entró, mirando para todos lados. Sintió sangre en sus labios, quizá a causa del frío no sintió lo fuerte que se había mordido momentos antes. En ese momento, no supo por qué, pero Ideas delirantes y trágicas como asesinatos y rituales sangrientos se le atravesaron por la mente. Caminó por el pasillo, hasta el final. Allí estaba ella, parada, no podía ver claramente porque no estaban todas las luces encendidas, pero al acercarse confirmó su sospecha. Ella estaba llorando, tal como su voz lo reflejaba. Perdón por estar acá otra vez, dijo él, necesito mi abrigo, hace frío. Inmediatamente se golpeó la cabeza e irritado por su idiotez, agregó, corrigiéndose, no, quiero decir, dejé las llaves en él, por eso lo necesito.
Él notaba que ella lo miraba de un modo extraño, como si no comprendiera lo que le estaba diciendo. Mi abrigo, repitió él. Si, te escuché, dijo un tanto molesta. Te lo daría si hubieses traído uno. Pero no. Ahora él no comprendía. ¿Me está mintiendo?, ¿qué le pasa? En segundos, retrocediendo para atrás en el tiempo, recordó que al salir de su casa decidió no llevarlo consigo, como solía hacerlo siempre, aún cuando no hacía frío. Pero esa noche hacía calor. Se preguntaba cómo es que pudiera hacer tanto frío luego. Ah, perdón, - se sentía estúpido- realmente pensé que lo había traído, vos sabés, es la costumbre. Pero las llaves… pensaba. Descubrió, revisando en sus bolsillos, que se hallaban en uno de ellos, y nuevamente, irritado por no haberlo hecho antes, golpeó su cabeza con la mano. Te vas a arrancar la cabeza si volvés a hacer eso, le dijo ella, sonriendo. Si, no sé que me pasa. Va, si, lo sé. Esta situación me avergüenza, no sé que hago acá, debería irme, dijo él. Claro, y andá acostumbrándote, que empezó el verano...le respondió ella.
Él bajó, se sentía aturdido, no podía pensar con tantos sentimientos que sobrevinieron de repente cuando la vio; la culpa, la tristeza, la duda, el miedo....en fin, todo llegó repentinamente mientras bajaba, como si al salir por primera vez de ahí, se hubiera despertado y levantado de la cama tan rápidamente que su alma, todavía se encontraba recostada. Había salido tan perplejo, siquiera había notado el error de su olvido.
La lluvia aminoraba, decidió caminar hasta su casa, dejó de importarle el frío, necesitaba pensar, ordenar esos pensamientos y sentimientos que invadían su mente y su cuerpo. Casi llegando a su casa, no pudo evitar que una risa se le escape, cuando recordó que ella, le había abierto la puerta cuando él mencionó haberse olvidado algo, pero... ¿qué? ¿Por qué? si ella.... si yo....
Mientras tanto, ella en su casa, recostada trataba de retener esos últimos recuerdos de él, que quedaran sellados para siempre. Tras su primer partida, que había sido como una huída, necesitaba verlo nuevamente, aunque sea segundos. Agradeció que él haya vuelto. Agradeció poder verlo golpearse la cabeza del modo particular en que él lo hacia, cada vez que se equivocaba u olvidaba algo. Solía hacerlo, y a ella le causaba mucha gracia. Te vas a arrancar la cabeza un día, le decía siempre. No pudo evitar que una risa se le escape.
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