Desidia

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 Parecíamos sacados de un cuento de ciencia ficción. Él cubículo en el que nos hallábamos era frío, vacío, monótono, todo blanco, con paredes que parecían herméticas, y en la parte más superior de una de ellas, un incongruente agujero que dejaba pasar irrisorios rayos de sol, que, por algunas horas mantenía ese antro parcialmente iluminado. Se sentía como si de a poco todo se apagara y las paredes se fueran estrechando, hasta el punto de aplastarnos. "Solo era cuestión de tiempo", pensaba atormentado. Sabiendo que eso no podía suceder, sentíamos la tensión y desesperación constante, esa que se siente absurdamente por algo que no va a pasar, la cual es aún peor. No sabíamos hasta cuando íbamos a estar ahí, si días o una eternidad, "hay que acostumbrarse", decía él, absorto, por si fuera así. Me exasperaba su tranquilidad, su inmovilidad ante la idea de que eso pasara, Pero por otro lado, moverse desesperadamente hacia todos lados no era la solución, porque las paredes no iban a desmoronarse por eso. Yo sabía que no quería estar ahí, pero, ¿quería estar en otro lado? Eso no lo sabía ciertamente. Uno puede vivir con una duda, de hecho, tiene que hacerlo con miles, pero ¿cómo actuar frente a la opción de saber o no? A veces es mejor no saber, a riesgo de no poder vivir con la verdad. Y ese era el problema que se me planteaba, ¿qué haría si una puerta se abriera?, aunque la lógica, me decía que saldría corriendo. Y en esto era en lo único que coincidíamos con él.

 Realmente cada instante odiaba más su impasibilidad. No, no era odio, era algo peor, envidiaba su calma. Nunca pude ser así, y eso me molestaba, pero en cierta forma, había aprendido a ser así, ya que, forzosamente, tenía que convivir conmigo las veinticuatro horas del día. Él detestaba mi ansiedad, mi incapacidad de serenarme por un instante, me pedía siempre que intentara sosegarme, al menos, por un rato, y yo lo miraba furiosamente, ¡como si eso fuera posible en tales circunstancias!, me parecía estúpido. Ninguno era lo que el otro esperaba, la decepción se sentaba entre los dos.

 Pasaba el tiempo, con indiferencia, y con este, llantos, risas, discordias, dolores, deseos. Dado que yo no le dirigía demasiado la palabra, él, había encontrado varios pasatiempos inútiles, que según decía, "lo ayudaban a pasar el tiempo más rápido", como contar los pasos que daba de una punta a la otra de la habitación, jugar con las sombras de sus manos en las paredes, o buscar formas entre los relieves y manchas de estas, cosa que yo no comprendía, porque para mi no había nada, pero él aseguraba haber encontrado más de cincuenta. En cambio, la mayor parte del tiempo, yo dormía.

En fin, los días transcurrían invariable y pesadamente, hasta que un día algo ya casi olvidado para ambos, sucedió.

 Comenzaron a escucharse ruidos, no podíamos descifrar de qué se trataban, puesto que eran nuevos para nosotros, y era la primera vez que algo venía de afuera. Nos mirábamos entre nosotros, sin decirnos nada, pero ambos pensábamos lo mismo, y era que algo, iba a suceder.

 Tuve la sensación de que pasó mucho tiempo, aunque no podría decir exactamente cuánto, por momentos los sonidos se aplacaban, pero volvían a oírse al rato. Sentí miedo, por primera vez. No sabía qué era lo que iba a suceder y eso me volvía loco, si es que ya no lo estaba. También por primera vez lo vi a él reaccionar. Se veía ansioso, frenético, como si tuviera la seguridad de que algo bueno iba a pasar. Y eso me molestaba,  recordé el odio y las ganas de golpearlo que viví los primeros días. Repentinamente sobrevino el ruido más fuerte que había oído en todo este lapso. Todo tembló, e inesperadamente un rayo de luz penetró por entre los escombros de una de las paredes, que se había desmoronado. Vi, lastimosamente,  el espectáculo más violento y sanguinario que podría haber visto jamás. Muerte, destrucción, hombres uniformados con descomunales armas, era una escena extraordinariamente atroz. Él me miró, y sonrió, sin entender yo por qué, me parecía algo cínico. Decidido, salió corriendo y escapó. Me preguntaba qué habría sido de él, nunca más lo supe. Me di cuenta de que, en verdad, no me importaba en absoluto, ya que al final, no coincidíamos en nada. Yo solo sé que ese día, deseé que la pared volviera a cerrarse, no quería ver la luz que entraba, me lastimaba los ojos, pero ante todo no soportaba ver nada de lo que allí afuera estaba sucediendo, así que me volteé y no volví a mirar nuevamente.

 Jamás pude salir de allí, incluso cuando esos brutales ruidos de disparos y bombas ya no estaban. Tuve miedo del afuera, no sólo miedo, era pánico, porque era un afuera que se me presentaba como un lugar inhóspito, peligroso, cruel. En cambio por primera vez me sentí seguro allí dentro, si, al principio dudé, porque ese panorama no podía ser la única realidad, había tantas cosas que quería saber, sentir, ver... pero al mirar de nuevo a ese agujero, esa ventana que daba al horror, a la atrocidad, el pánico fue tal, que jamás volví a pensar en la posibilidad de salir, porque me era, físicamente imposible. Si, me sentía resguardado allí dentro, pero no era feliz, porque se puede y se tiene que vivir y morir con muchas dudas, pero no se puede vivir con todas.

 


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