No hace falta morir para estar muerto

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La guerra, siempre la guerra. La de hermanos contra hermanos. Mingo Acebo podía escuchar los alaridos de su madre cuando le traían el cuerpo de su hijo mayor. Mingo se marchó sin despedirse, la venganza le cegaba, parecía un hombre pero tenía catorce años. Años despues lo recordaría como una locura, la motivación de venganza se quedo pequeña en la batalla. Aquello era ún matadero sin sentido, se perdieron tantos hermanos, padres e hijos. Todo aquella contienda era ún grán herror, disfrazado de odio... y él deber, él honor, la patria no justificaban aquello.


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