- “Aún la muerte puede morir”. H. P. Lovercraft
En la espantosa inquietud de sueños interminables, me levanté.
Soñoliento aún por circunstancias absurdas.
La noche, se colaba por el reflejo de la ventana.
En la habitación, las sombras formaban siluetas.
Sentía mi corazón palpitar. Podría no llover, pero la tormenta se acercaba.
Caminé hacia el baño, de memoria, pasos ya andados,
cuando, de pronto, no estaba solo.
Sentía su presencia, observando la biblioteca atestada de libros.
Me miró, fijo a los ojos. Éstos, negros e inexpresivos me asecharon.
Retrocedí confuso, sin saber si aún dormía.
El viento golpeó las persianas.
La presencia, se alejó unos pasos, extendió sus fríos dedos,
que, al tocar la pared, surgieron garabatos, frases en un idioma antiguo,
tan antiguo que ya no se recordaba como pronunciar.
De estas líneas aun más oscuras, que la noche,
Surgió una puerta.
Embriagado y asfixiado corrí a abrirla.
Salte. Tan profunda, tan ardua fue la caída,
que al chocar al piso, todo fue quietud.
Una quietud inacabada, aterradora.
El miedo me cubrió el corazón. Lo exprimió.
Sentía como se hacía pedazos mientras latía aún en sus manos.
Desperté
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