Una reunión de perros

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-¡Vamos! ¡Nunca antes había llegado hasta acá! ¡Catalina! Llegue al nivel veinticuatro, ¡¡¡¡AL VEINTICUATRO!!!!!!!!!!
- Si te pusieras así de contento cada vez que tuvieras que estudiar, no tendrías tantos problemas en la escuela. Mamá te va a retar cuando se entere que pasaste todo el día en el sillón jugando videojuegos.
- -No lo hará si no se entera. Y acá no veo a nadie que pueda decir algo… a menos que tu rata quiera delatarme.
- Es un hámster Federico, y no hablo de él. ¿Qué te hace pensar que yo no le voy a decir nada?
- Uhmmm espera a que se me venga algo a la mente… viernes pasado, a la noche. Te ibas a “dormir” a lo de una amiga y ¡fuiste a un boliche!
- Ah no, AH NO. ¡¡ ¿ENCIMA REVISAS MI CELULAR?!! ¿Quién te dio permiso? METETE EN TUS COSAS, ¿QUERES?
- -Okey. Mis cosas ahora son los videojuegos. Vos metete en las tuyas y dejame en paz con lo del estudio.


Las cosas iban bastante normales en la casa de los Seraton. Las peleas matutinas, los ruidos apabullantes de los videojuegos, los grititos de Catalina… Por mi parte, yo hacía lo mismo de siempre: me limitaba a observarlos desde mi rincón. A veces, cuando un grito era más fuerte de lo habitual, o Fede cambiaba de posición en el sillón, levantaba curioso la cabeza. Pero mucho más no hacia…es que tenia tanto sueño….


En un momento en particular, la casa tuvo visita. Y la llenaron nuevas voces y nuevos gritos: La tía Mariela venia con el nene Pedro y traían a Roco, mi amigo vecino. Apenas lo escuche, me levanté rápidamente y empecé a jugar con él. Salté a su alrededor, nos revolcamos un poco por el piso y tuvimos alguna que otra disputa por la atención de Pedro… pero lo arreglamos enseguida porque él se sentó en el piso y nos acarició a los dos.


Cuando el calor estaba en el punto máximo del día, Catalina nos sirvió unos granos para comer. Y a mí - como me gustaba pelear- en lugar de comer de mi tarro, saqué comida del de Roco (aunque cada tanto también robaba del mío y recibía un gruñido como respuesta).
Una vez que terminé, me dio mucho sueño, así que volví a mi rinconcito y me desperdigue por el suelo, y entre bostezo y parpadeo, me quedé profundamente dormido.
Me desperté tiempo después por culpa de Roco, que me movía el hocico y me chupaba la cara. Era hora de la reunión.


En cuanto pudimos escapar de casa, nos dirigimos a la junta. Hicieron falta algunas artimañas para ello, pero lo contaré con más detalle en otro momento… Para resumirlo, la pobre cata quedo tirada en el suelo.
La razón de tanto alboroto era que ésta reunión tenía mucha importancia. Debíamos ladrar sobre las personas que entraron a medianoche en casa de un vecino y se llevaron varias cosas. Y encima de eso, callaron a su perro “manso” con un hueso. El pobre se percató tarde de cuáles eran sus intenciones y nada pudo hacer. Estaba atravesando por una humillación que pocos perros soportarían… no salvaguardar el hogar es algo que no está muy bien visto entre nosotros.


Los temas que se ladraron fueron varios. Entre ellos se acordó que tomaríamos ciertas precauciones en adelante:


En principio, si un vecino ladraba cuando nuestros dueños dormían, entonces todos debíamos ladrar. Así los despertaríamos y los avivaríamos de que algo sospechoso sucedía.
En segundo lugar, establecimos realizar visitas en conjunto para revisar las casas de la cuadra todos los días antes de que los dueños duerman. De este modo nos percataríamos de que nadie esté adentro.
El siguiente acuerdo fue que no les daríamos tregua a los desconocidos, hasta que no mantuvieran una charla tranquila con nuestros dueños. Solo en ese momento reconoceríamos que son de confianza.
En cuarto lugar, determinamos - con cierta renitencia por parte de los presentes- que no nos dejaríamos comprar con huesos. De ahora en más, sólo aceptaríamos comida si 1º: viene de los dueños o 2º: nos hemos percatado de que no hay nadie desconocido intentando llevarse algo.
Y el último punto pero el más importante: si vuelve a ocurrir un episodio como éste, perseguiremos entre todos al desconocido - mejor llamado “ladrón”- hasta que se caiga rendido en el piso.


Las transformaciones que sufrió la cuadra desde entonces, fueron radicales…
A cada ruido sospechoso en la noche, pegábamos ladridos de advertencia, -un poco eufóricos, debo admitirlo- con la intención de despertar a los dueños y a los vecinos. También es cierto que nos mandamos algunas macanas, pues reconocer entre los nuevos amigos de los dueños, y los ladrones desconocidos, era difícil. Así que es probable que hayamos gruñido, ladrado y olido a ciertas personas inocentes.
Por otro lado, cuando nos daban de comer un hueso, lo mirábamos con desconfianza y, antes de olerlo si quiera, dábamos tres vueltas a la casa para cerciorarnos de que no habían intrusos. Pero eso no fue lo que más alboroto significó, pues ese puesto se lo ganó el recorrido diario que dábamos a todas las casas de la zona antes de ir a dormir. Irrumpíamos en los hogares- eludiendo los gritos y escobazos de los dueños- y rastreábamos olores en el pasto, nos metíamos en las habitaciones, le ladrábamos a algún insecto ruidoso y luego nos íbamos.


Por suerte, todo tuvo un buen resultado: desde que las nuevas normas entraron en vigencia, ningún nuevo ladrón se acercaba a la cuadra, pues la repercusión de nuestros actos llegó a muchos medios. “La cuadra de los perros” la llamaron en radios, “las noches ladradas” en noticieros. Se transformó, entonces, una zona temible para los ladrones.


Finalmente, todos pudimos volver a dormir tranquilos. Bueno… casi todos.

 


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