La infancia de Casilda no fue fácil al quedar huérfana de madre a los seis años de edad. Al padre no le gustaba trabajar, y se pasaba todo el día en la taberna alzando el codo. Hasta que una noche al volver a casa, tras una encendida disputa y de un mal golpe la mató. En la casa, las riñas y los malos tratos eran constantes.
Cuando se llevaron preso al progenitor, se hizo cargo de ella su tía que era una auténtica arpía. Mujer deslenguada y faltona cuyo único afán era enterarse de lo que ocurría en todos los hogares, y visitarlos en busca de chismes. Ese era su motivación para pasar todo el día fuera. Ella decía que iba a hacer recados. A la pequeña Casilda, le encargaba que hiciera las tareas domésticas, y preparara el puchero para el mediodía, no fuera que a la vuelta de las labores del campo el marido no tuviera que comer.
Ya de moza, un día conoció al humilde Eustaquio, que con la muerte de sus padres heredó una casa de una planta. Le engatuso para salir de casa de la tía para al poco casarse.
De la unión no se engendró ningún vástago, al aparecer y según decían las malas lenguas del lugar porque estaba seca por dentro. Estuvieron casados ocho años hasta que Dios tuvo a bien llevárselo para el descanso del buen hombre. Ella, en realidad no le queria, ni nunca le quiso. Pero Casilda, pronto comenzó a sentir el peso de la soledad y comenzo a sentir que le echaba en falta. Hasta el punto que, ya de anciana estaba convencida que había sido el hombre de su vida. Por el que dirián, y para tener la conciencia tranquila, le guardo luto el resto de sus días.
Uno de sus lugares preferidos que más frecuentaba Casilda era el lavadero. Las mujeres del pueblo se reunían a diario para realizar la colada, y aprovechaban para hablar en el hogar, ganándose la complicidad de la víctima. Una vez conseguido, alabó de manera exagerada las dotes del pretendiente para que accediera a verse en la fuente del beso, a las afueras del pueblo. Tan halagadoras fueron las palabras de la bruja, que despertó su curiosidad y accedió al encuentro.
El día señalado llevo a la joven un espejo, coloretes para los pómulos y polvos para colorear las pestañas, un ungüento y esencias de violetas para perfumarse. Cuando se encontraron en el lugar acordado estuvieron hablando y tonteando. Después, alguien informó al padre, que no podía creerse lo que le contaban. La celestina había echado a perder el honor y la honra de su única hija, y solamente quedaba una manera de enmendarlo. La metió recluida en el convento de las carmelitas descalzas. Estaba comprobado, que allí por donde pasaba Casilda solía ocurrir una desgracia.
Al ser de conocimiento público, la gente cantaba a modo de chanza.
Casilda es la alcahueta, que te anda buscando novio;
y tú te pones más hueca que una gallina con pollos.
Cuando los chavales se la cruzaban por la calle, decían.
- ¡Ahí va la cascarrabias! Burlándose.
Su aspecto con la cara blanca y la nariz aguileña, con la cabeza cubierta con un pañuelo negro y vestida de oscuro de riguroso luto. No era de extrañar que le dijeran.
- ¡Mirarla! Pero si parece un cuervo.
En una ocasión Andrés, el más audaces de la pandilla le lanzó una piedra, acertándole en toda la cogorota. Al sentir el impacto de la pedrada comenzó a blasfemar, gritando en medio de la calle que si le hubiera escuchado en ese momento el cura la habría excomulgado. Mientras, los chavales se reían con gran alboroto.
Al principio la excusaban, diciendo que era como su tía fallecida pero cuando comprobaron que protagonizó más de un embrollo entre las familias, todo cambió. Después, de muchas rencillas con las familias residentes del pueblo dejo de ser bienvenida en mas de una casa, y comenzó a ganarse el mote de “la vieja del visillo” Pasaba el tiempo y se estaba haciendo mayor, y como no era bien aceptada se pasaba todas las tardes encerrada en casa, sentada en una silla y asomada a la ventana. Desde allí veía la plaza mayor, y espiaba, a medio escondidas a las mujeres que esperaban en la fuente pública con los cántaros. Cuando se acercaba un hombre al abrevadero para dar de beber al caballo, prestaba especial atención si tenia conversación con alguna mujer y si ésta estaba casada, ya tenia tema para desarrollar en sus embustes al siguiente día.
Con el transcurso de los años se había convertido en una auténtica correveidile que traía y llevaba historias y chismes porque su existencia era triste y anodina, y además de estar repleta de calamidades.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales