La venda I

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No sabía muy bien donde me estaba metiendo y eso, era excitante. Sólo me había dado una dirección y me pidió que le mandara un mensaje cuando llegara. Y ahí llevaba en la calle esperando cinco minutos cuando salió del portal y se abalanzó sobre mí posando sus labios sobre los míos y devorándolos. Mi cuerpo respondió ante su gesto con un estremecimiento de placer y por consiguiente, atrayéndola más a mí. Ese beso húmedo ya hizo que el ambiente se caldeara.

 

Se separó de mí sólo unos centímetros. Sus brazos aún estaban alrededor de mi cuello. Mis ojos se posaron en sus labios que eran arañados por sus dientes que rescataban de ellos nuestro sabor conjunto. De repente, me miró con su mirada de “niña” pícara y me dijo:

Tengo una sorpresa para ti- un escalofrío recorrió mi cuerpo.- Pero tienes que confiar en mí. ¿Confías en mí?

La boca se me quedó seca. ¿Qué si confiaba en ella? ¡Pero si no la conocía apenas! Y aun así, incapaz de hablar, asentí con la cabeza.

 

Volvió a besarme. De forma más lenta. Un poco más suave.

Está bien. - sonrió.- Pues, ahora vas a tener que hacerme caso en todo. Tengo pocas reglas, así que, las pocas que tengo, se tienen que respetar o se acabó el juego. ¿Estás de acuerdo?- Estaba nervioso, excitado y una parte de mí, acojonado, así que, contesté un débil sí.- Perfecto.

 

De uno de sus bolsillos traseros, sacó una tela negra.

Te voy a vendar los ojos y durante TODO el tiempo que estés en mi casa, no te la podrás quitar. En ningún momento. ¿Queda claro?

 

Me sentía un poco estúpido. Sólo podía asentir y decir sí. ¿Aquello iba en serio? ¿Qué tenía preparado? Ella parecía feliz con mis breves respuestas. No dejaba de sonreír. Me tenía embrujado. Incluso con esa sonrisa semi infantil me resultaba deliciosa y sexy. Toda ella emanaba pasión.

 

 

Sin mayor preámbulo, me puso la venda en los ojos. Estaba ciego. Me sentía un poco confuso y torpe mientras ella me guiaba hasta el ascensor. Tropecé un par de veces y eso provocó su risa y levantó un poco su vergüenza. No sé cuántos pisos subimos. No me podía concentrar en contar porque sus labios y sus manos recorrían mi cuerpo y viceversa.

De repente, paró. Ella y el ascensor. Salí de él de su mano y caminamos unos pasos. Nos paramos. Mi oído, ahora un poco más agudizado para contrarrestar mi falta de visión, oyó como una llave encajaba con perfecta exactitud en la cerradura y abría. Me introdujo dentro de la casa y con un breve y rápido espera, se marchó de mi lado. Mi respiración se empezó a acelerar. ¿Qué pasaría ahora? Estaba intrigado.

 


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