La venda II

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Tuve que agarrar mis manos la una con la otra para evitar quitarme la venda y descubrir donde me encontraba. Quería confiar en ella. Aguantar la tentación de quitarme la venda porque ella ya era demasiada tentación. No sé cuánto tiempo pasó hasta que regresó. Parece que la pérdida de vista (temporal) intensificase y alargase el tiempo. Cuando regresó lo hizo por la espalda. Cogiéndome por la cintura y besando mi espalda porque al cuello no llegaba.

 

Desde atrás me quito la chaqueta. Oí como la dejaba caer al suelo.

Acarició mi espalda. Su cuerpo se puso frente al mío.

Comenzó a desabotonar mi camisa dejando mi pecho con cuatro pelos mal colocados al descubierto. Noté sus labios en mi clavícula. Como la iba recorriendo y llenando de besos y algún pequeño mordisco.

Según bajaba por mis pechos, su lengua se unió al juego. Beso, mordisco, lametón. Y no siempre en ese orden.

 

No lo podía evitar.

Ya la tenía dura.

Mi excitación era bastante grande.

Para algunos quizás fuese un blando, pero es que Mara era demasiado. Y yo era la primera vez que me encontraba en una situación así.

Nunca me habían vendado los ojos. Nunca me había dejado llevar así con una desconocida a la que había visto en 3 ocasiones y de la que apenas sabía nada.

Mi cabeza no quería crear imágenes sádicas o pensar que ella era una asesina. Con esa cara no se podía ser una asesina.

 

Noté como se agachaba y quedaba a la altura de mi paquete y sin dudar besó.

Mi respiración ya agitada soltó un suspiro entrecortado. Empezaba a tener la garganta seca.

 

Mara quitó el botón del ojal de mi pantalón y sin preámbulos bajo mis calzoncillos junto con mi pantalón.

Cerré la boca. Apreté mis dientes. Mis manos se cerraron y apretaron. Tragué sonoramente.

Joder, pensé.

 

Notaba su aliento. Escuchaba su respiración. Imaginaba su sonrisa. Mordiéndose el labio como sólo ella sabía.

Y de repente, nada.

 

Se había ido. Lo sabía. Noté una brisa. Era sigilosa.

 

Al poco tiempo, aunque se me hizo eterno, la tuve a mi lado.

Me dio la mano.

 

Sígueme Damián. – dijo con voz suave- Pero cuidado con tus movimientos por favor. Aún no quiero que me atrevieses y menos por donde no es.

 

Y se comenzó a reír.

Se rió de mí porque estaba empalmado. Estaba así por ella.

Aunque tras empezar a caminar, se rió aún más de mí ya era como un pingüino arrastrando mis pies junto con mis pantalones y calzoncillos.

 

Y empalmado, me recordé.

Menudo aspecto debía tener. Ahora me alegraba un poco de no ver.

 

Llegamos a un dormitorio. Supongo que al suyo.

Me sentó en la cama y me descalzó y quitó los pantalones y calzoncillos pero dejando mi camisa.

 

Se sentó encima de mí. Estaba desnuda. Y por lo que pude notar, Mara también estaba excitada. Noté su humedad.

Cogió mi cara y me empezó a besar.

Yo rodeé su cuerpo con mis brazos. La estaba tocando. La apreté junto a mi cuerpo. Sus pezones estaban erectos. Su humedad era creciente. Sus movimientos eran excitantes. Era el momento. Alcé un poco su cuerpo y con algo de torpeza a falta de mi vista, introduje mi ser en su ser.

 

Mara dejó escapar un jadeo. Yo lo contuve en la garganta y fui soltando el aire poco a poco.

No quedamos así durante unos segundos maravillosos para después comenzar a movernos. A encontrar nuestro ritmo. Nuestro compás.

Ambos gemíamos, buscábamos nuestros labios, agarraba su cabello y echaba su cabeza para atrás y besaba su cuello.

 

Sabía a primavera encontrada. Era fresca. Nueva. Inesperada. Preciosa. Dulce. Fría. Cálida.

 

Me tumbó.

Ella seguía encima. Cabalga. A ratos sus manos en mi pecho. Otras agarrada a mis muslos. Bajaba la intensidad, la volvía a subir. Yo me estaba volviendo loco.

Notaba como su vagina se iba contrayendo. A ella le quedaba poco para llegar al clímax.

Yo estaba deseando que ella llegara y poder hacerlo yo.

 

Pero sólo hubo unos segundos de diferencia entre ambos.

Nos quedamos parados. Disfrutando de las repeticiones. Su tumbó sobre mi pecho húmedo por el sudor del esfuerzo.

La abracé y besé su cabello.

 

Dejamos que nuestras respiraciones se calmaran. Nuestros corazones latían con fuerza. Parecían querer salir de nuestros pechos.

 

 

Te has portado muy bien. La verdad es que no esperaba que fueras a aguantar con la venda. Pues ya ves que sí. He sido muy obediente. ¿Tengo recompensa? ¿Quieres otra recompensa? Sí. ¿Cómo cuál? ¿Cómo poder quitármela por ejemplo?

 

Ella empezó a reírse.

 

Noté que meditaba o al menos que me torturaba haciendo que se lo pensaba.

Se acercó a mí. Me besó. Y con sus manos delicadas quitó la venda de mis ojos.

 

Estábamos tumbados mirándonos el uno al otro.  Ella sonreía. Mordía su labio. Baja su mirada ahora algo tímida.

Y yo,…

 

Yo creo que me había perdido y no podría regresar de aquellos ojos verdes. Sin ser plenamente consciente había decidido quedarme en esa eterna primavera.


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