LOS JUGUETES ROTOS ACABAN SIEMPRE EN UNA BOLSA DE BASURA.(Capítulo 13)

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¿Le acababa de sonreír abiertamente..? También le había llamado por su nombre de pila. El comisario, que por algún extraño sortilegio, o como si alguien de repente hubiese accionado un resorte o botón oculto, parecía haberse transformado a modo “Normal person”. Era otro hombre. Más cercano.

Blanchard sospechó que los malos modos y el comportamiento hostil del comisario Gálvez al recibirle eran fingidos, y quizás, en realidad, Michelle no había mentido en sus apreciaciones sobre él.  

Segré abrió la puerta, e invitó a salir primero a Osvaldo con un gesto caballeroso de la mano.

Afuera reinaba un silencio expectante. El joven se paró, abrumado. Todo el mundo le miraba sin ningún reparo, parecía que en cualquier momento le iban a cantar el “cumpleaños feliz”.

Darío Segré rompió el encanto del instante dirigiéndose al personal en voz alta.

--¿Qué pasa chicos? ¿Es que nunca habíais visto un hombre atractivo?

--¿No te referirás a tí..., verdad Darío? --gritó alguien al fondo con tono jocoso. Todos rieron.

--¿Es que hay otro? --bromeó mirando a su alrededor--. ¡Bueno, venga, vale..! ¡A ver, chicas…, un minuto por favor... Comprendo que algunas ya estéis impacientes! Os presento al subinspector Osvaldo Blanchard.

Se escuchó de todo, y todo entremezclado. Algunos aplausos diseminados. Varios “¡guau!” de las féminas, silbiditos clásicos de un obrero cuando ve pasar a una mujer bonita y también se oyeron muchos "bienvenido Osvaldo".

Él, ruborizado como un adolescente tímido que tiene delante a la chica que le gusta y no se atreve a confesarlo, sonreía e inclinaba la cabeza repetidamente.

--¡Gracias… gracias..! ¡Sois todos muy amables…, gracias. Encantado…, gracias chicos!

--¡Pero ahora, señoras y señores, y sintiéndolo mucho se viene conmigo!  --anunció Segré--. ¡Bye!  --y se llevó a Osvaldo cogido por el hombro.

Accedieron al despacho. Osvaldo lo inspeccionó. Era espacioso. Varias mesas de trabajo con sus correspondientes ordenadores y teléfonos, tres pizarras de caucho, un par de impresoras y al fondo, una mesa ovalada de reuniones rodeada de sillas.

--Bienvenido a tu nueva casa. No es que sea muy acogedor el sitio pero...

--Gracias. Me puedo amoldar.

--Ésta es tu mesa, y por supuesto que todo lo que hay encima también entra en el paquete. --miró a Laurencio, que a su vez, desde su silla y con los brazos cruzados observaba curioso a Osvaldo y su elegante indumentaria.

--Hablando de paquetes. Sin duda, y como puedes observar, Lauren es el paquete más grande de los que verás por aquí. --bromeó.

Laurencio sonrió de medio lado, levantó su corpulencia de la silla y ofreció la mano a Osvaldo .

--Bienvenido compañero. Laurencio Mata-Santos, pero puedes abreviar llamándome Lauren.

--Muy bien Lauren. Mi nombre es Osvaldo. Osvaldo Blanchard.

--¿Blan…, cómo..? ¡Hostias! Y yo pensaba que mi nombre era complicado.

--Blanchard. La familia de mi padre es francesa, de ahí viene el apellido. --aclaró.

--Osea, que eres gabacho. --dedujo Laurencio.

--¿Gabacho..?

--Sí, vamos… Franchute. De Francia ¿no?

--No, no. Yo he nacido aquí. Mi padre también nació aquí. A mi abuelo le dió por pasar la frontera durante la guerra para unirse al ejército republicano y terminó casándose con la enfermera que le curaba cuando cayó herido en el trasero por una bala perdida… Pero…, no voy a aburriros ahora con la historia de mi abuelo. Sería larga de contar y nos acabamos de conocer. --sonrió--. No os merecéis ese castigo. ¿Dónde puedo dejar la gabardina? Está empapada.

--En el perchero que hay detrás de tí. --hubo un silencio mientras la colgaba--. Me jugaría una paga a que has tenido problemas con el tráfico. ¿Me equivoco? --se interesó Segré, echando una mirada cómplice al oficial Laurencio Mata-Santos

--Ganarías. He tardado casi dos horas en llegar. Estaba imposible.

--¿Te das cuenta Darío? Si hubiésemos apostado algo, habrías ganado. --comentó Laurencio.

Osvaldo miró a ambos con el gesto de haberse perdido en ese punto de la conversación. Segré, le quiso orientar hacia la comprensión del comentario sin ningún sentido para él, de Laurencio.

--Pensarás, y con razón, que no es asunto nuestro… Habíamos hablado entre nosotros sobre el motivo de tu demora. Y supusimos que el causante sería el tráfico. Aunque Lauren también puso sobre el tapete la opción de que quizás, anoche hubo una celebración excesiva. Por el ascenso y eso, ya sabes…

--¿Una buena resaca queréis decir? --rio Osvaldo-- No. no, no. Ni siquiera bebo alcohol. Siento decepcionarte Lauren, pero fue una noche sin ningún tipo de emociones. Probablemente yo no sea la mejor compañía a la hora de celebrar algo.

--Bien... Me rindo… Estoy rodeado. Mi fallo es que siempre pienso que todo el mundo haría lo que yo haría. Pero no todos somos iguales. Menos mal, porque si no... Con muchos ermitaños como Darío, y otros muchos elementos sin sangre como tú, los bares, pubs, restaurantes, discotecas y demás establecimientos dedicados al ocio, se verían obligados a cerrar por falta de clientela. En definitiva, esta vida sería un puto aburrimiento.

                                         *****


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