LOS ANALES DE MULEY(3ª PARTE)(9)

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             LXXlll

   El tiempo veo pasar

y embelesado quedo

porque pararlo no puedo,

sosegado miro al cielo

descifrando ese enredo

que ahoga mi consuelo.

   Doy riendas al viento

para escuchar su llanto,

para acallar mí quebranto

y alegrar mi arboleda;

me arropo con su manto,

pero su fuerza queda.

   He andado por sus caminos,

rondado sus aledaños

y he subido sus peldaños,

largo ha sido el sendero,

más ahora pesan los años

a este humilde arriero.

   ¡Hurra por mi alameda!

Que el viento lleve mi grito

allende lo infinito,

que sea claro y fuerte

para que quede escrito

y lo reciba la muerte.

Doy gracias al cielo,

pues soy algo creyente

y también buena gente;

doy gracias por ser longevo,

por tener sana mi mente

y a soñar aún me atrevo.

   Gélido es el aire

que sopla de la montaña,

sutil mi cara araña,

más mi rostro está curtido

por sensación extraña

que me hace ser atrevido.

   El aire de blanca nieve

que baja desde la sierra

lamiendo la fértil tierra

es como caudal de río

que en ella su agua entierra

mostrando su señorío.

   ¡Ay! ¡Cuántos inviernos

ese frío he sentido

y cuanto he padecido

en este mundo de Dios!

Atrás miro complacido

mandándoles un adiós.

   Porque ya a nada temo,

ni al frío ni al calor,

nada me infunde temor

y camino sosegado,

siempre he sido luchador

y hombre bien abnegado.

   Larga ha sido mi vida.

He vivido sin mentira,

aunque con algo de ira,

más tengo buen corazón

que al Paraíso mira

pleno de satisfacción.

           LXXlV

   Me duela hasta el alma

cuando veo alguien morir,

no sé todo su sufrir,

pero su ser me serena;

más su ente debe partir

dejando aquí su pena.

   Adiós con el corazón

le voy triste gritando,

con mis ojos sollozando

me siento afligido;

al cielo estoy rezando

porque me encuentro perdido.

   Me duele ver morir

y yo aquí bien sentado,

alegre y sosegado,

con gran lucidez de mente,

pero siempre emocionado

cercado por buena gente.

   Veo pasar a la señora

toda de negro vestida,

como si fuera perdida

con un caminar cansino,

como si fuera huida,

errante por su camino.

   Ni un adiós ella me dice,

pues yo tétrico la miro,

sutil lanzo un suspiro

cuando ella desaparece;

de mi barba rala tiro

por si mi alma merece.

   Nunca será mi amiga,

menos aún mi compañera;

el día que yo muera

le miraré a la frente

con mirada certera

para que huya de la muerte.

   Yo la miro de soslayo

cuando la tengo a mi lado,

siempre estoy preparado

por si ella me necesita,

más le digo sosegado

que concierte otra cita.

   Mi arboleda es muy grande.

Por ella vil se pasea

y por ella se recrea,

sus troncos va sorteando

y con su mirada otea

como el tiempo va pasando.

   Nadie quiere su presencia,

pero todos la esperan,

aunque ellos la requieran

ella acudirá a su hora;

más el día que ellos quieran

siempre vendrá sin demora.

   Yo espero sosegado

el luctuoso momento

que espera mi memento

para poder olvidar

todo aquel sentimiento

que me ha enseñado amar.

   Porque la negra señora

de memoria carece,

más de gran porte se crece

cuando sola camina;

más todo ello pertenece

al mando que aglutina.

   Se olvida lo vivido

al pasar a la otra vida

y todo al fin se liquida;

es como un fuerte tajo

de gran fuerza fundida,

como mandarle al carajo.

   Aquí estoy sosegado

esperando a la señora

con mi voz muy sonora,

esperando a los vientos,

pues no ha llegado la hora

de robar mis sentimientos.

   Efímera es la vida:

el amor y la ilusión,

los adiós y la pasión,

más toda ella está plena;

vivir es como un bufón

encerrado en su trena.

   Porque la vida es injusta

y sus fácticos poderes

te anulan lo que quieres

y te marcan tu sendero;

todos nuestros pareceres

son nuestro escudero.

   Pues nacemos y vivimos

para, efímeros, morir,

toda vida es un sufrir

que corre como un río

que con sinuoso sentir

va perdiendo sutil brío.

   El destino es nuestro,

nosotros lo forjaremos,

su fiel mano agarraremos

con bondad y timidez,

pasivos caminaremos

esparciendo candidez.

   Abracemos al destino

como buena amante

que nos aclara el semblante

y alegra el corazón,

arrojemos nuestro guante

alzando nuestro pendón.

    

  

 


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