Tal día como hoy se llevó La Volandera (así la denomino a la parca, que hace su trabajo sin fallos), a mi Filomena. La burra que me alimentó cuando mi (madre se marchó a otra orilla más silenciosa, sin gritos de niños llorones… y apareció ella, la Filomena del pueblo, para todos, para mí y con mayúsculas, la Sabía. Yo, la niñita canija, endeblucha y llorona que no la consolaba nada ni nadie del mundo que estaba conociendo, así con los ojitos mitad cerrados, mitad abiertos, pero siempre acompañado de lagrimitas de añoranza por lo que no conocía y no le debía gustar lo que veía : un señor muy serio y triste al que llamaban papá, pero ella al no saberlo se dedicaba a llorar a moco tendido aquel señor no la consolaba y las revietas eran de continuo al ser su única defensa.
Pero llegó un día de estrepitosos lloros sin que el “ama” de leche que le proporcionaron consiguiera aplacar la furia desatada, pero... llegó Pupá Antonio, el abuelo del pueblo con su burrita jacarandosa y joven llamada Filomena y allí empezó toda esta historia que les voy a contar al ser digna, no solo de recordar ,al no ser una burra cualquiera de las muchas que había en el pueblo. Ella, mi Filomena, había tenido una cría traviesa, e inquieta que no paraba de correr por el campo, cual mariposa al viento, dando coces alegres porque era feliz con su mamá que la mimaba acercándole el hocico a la pequeña cabeza de su cría, que se hacia la remolona pidiendo más arrumacos.
Pero un día el pueblo se alborotó tras la búsqueda de la pequeñaja cria de la burra Filomena que daba coces de un lado a otro trágicamente preocupada. Al fin la encontraron al filo de las faldas de unas dunas que dejaron de “desarenarse ” ofreciéndola a las voces que se acercaban donde la burrita yacía tendida y quieta. La Volandera, la que está siempre dispuesta , y al acecho, se la llevó cuando más disfrutaba la burrita subiendo y bajando del monton de arena ,y a pesar de advertirle que dejara de entrar y salir del movedizo montículo arenoso y en una de ellas pues…pero llegó la Volandera y la sacó del fondo del profundo hoyo , costándole Dios…y ayuda. La tumbó en el movedizo suelo agarrando el último suspiro de la burrita moribunda llevándosela al eterno pais del reino animal “Allí serás tan feliz o más que aquí, ya verás bonita”. Y en un aletear de alas se la llevó a las alturas.
Filomena al no olvidar a su burrita en cuanto le presentaron a la niña endeblucha y llorona la aceptó . “Pupá” Antonio la colocó en su grupa y agarrándola para que no se callera comenzó a andar pisaditas a pisadas conforme Filomena avanzaba pero curiosamente, se decía el abuelo, su burra.
Filomena parecía como si meciera a la niña en vez de llevarla a la grupa como era normal en su raza. La niña dejó de llorar como si el baiben del lomo la burra le sonara a los brazos de la mamá que no había conocido; brotando un halo de luz envolviendo a Currita y a Filomena. El papá de la nena no podía creer la aceptación amorosa de la burra en cuanto Pupá Antonio la subía a la grupa, y las sonrisitas a medio nacer de su llorona niñita. Aquello fue liberador para el papá y todos los días a la misma hora, la nenita y Filomena se daban un paseito sanando la niña por día y sonriendo a carcajaditas olvidándose de las llanteras matinales. Había encontrado un estado sedante tranquilizándole el alma de nenita solitaria al encontrar una mamá, algo ruda y áspera, pero ella se fue acercando a la cabeza peluda y entre las dos se hizo el milagroso halo de luz y amor que las envolvieron durante el tiempo en el que la nena crecía cogiendo peso envolviendo de felicidad a Filomena que la arropaba con su vaho calentito si el frío se presentaba de improviso.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales