La bata era blanca cuando la compró. Ahora muestra un acusado tono amarillento debido a los numerosos lavados con lejía sufridos desde entonces y una costra oscura imposible de quitar señala las zonas donde Francisco Burillo, artista grabador y profesor jubilado de dibujo en el IES Alberto Durero, tantas veces se había limpiado la tinta de las manos. Pero era la bata con la que más cómodo se encontraba y dejando de lado las nuevas –blancas y esponjosas como las prendas de los anuncios de detergente–, el anciano se la abotona concienzudamente para proteger la ropa que viste, pues es su intención trabajar toda la mañana del domingo en el estudio que tiene montado en la planta alta de su pequeña vivienda.
–Que levante la mano el que no haya hecho esto alguna vez –el profesor Burillo siempre empezaba el tema del grabado de la misma forma, escribiendo su nombre con el bolígrafo en una goma de borrar que después estampaba sobre un folio. A continuación, como si se tratara del ilusionista von Moebius, mostraba con excesiva teatralidad el texto impreso de tan singular manera a su difícil público de alumnos de secundaria, ganándose alguna que otra insolencia a la que los muchos años de docencia ayudaba a ignorar–. Pues bien, esto no es un grabado pero sí una buena forma de explicarlo.
»El arte del grabado consiste en transferir la imagen realizada sobre una superficie rígida a un papel. El soporte recibe el nombre de plancha o matriz, y el resultado es la estampa.
–Pero las letras han salido al revés –la voz sonó insegura, propia del alumno que no quiere destacar, y procedía de una chica de pelo castaño a la que llamaban Niki.
–Bien observado. Y ése es uno de los fallos más tontos que todos los grabadores hemos cometido alguna vez; la imagen se ha de dibujar al revés en la matriz, por razones obvias.
»Otra característica del grabado es que de una misma imagen se obtendrán varias copias. Todas han de ser exactamente iguales, desde la primera a la última, e irán firmadas y numeradas con lápiz indicando el total de ejemplares y su número de orden dentro de la serie.
Para su último trabajo se ha decidido por un tema religioso, San Jorge y el dragón, que junto con el mitológico es el que más satisfacciones le ha dado en su vida artística. La figura del santo a caballo, atacando lanza en ristre al dragón enredado entre las patas de su montura, complementa a la perfección el dibujo natural de la plancha de madera que el viejo profesor había rescatado de un contenedor de basuras cercano para enfado de su mujer. Francisco Burillo contempla el trabajo con aire crítico, y una sonrisa de satisfacción, no exenta de vanidad, ilumina su rostro de uva pasa. «Será una bella estampa», concluye y ya se la imagina enmarcada en plata vieja junto a aquellos trabajos con los que más orgulloso se siente, en la pared que Una moneda para Caronte comparte con su personal visión de Adán y Eva, un cuadro más abajo del mito de Pandora y a la derecha del dorso de una mano que en primer plano bendice a su invisible auditorio mientras afirma contundente «Ego sum lux mundi» –Yo soy la luz del mundo–.
–Distinguimos entre huecograbado, grabado en relieve y litografía –los alumnos se mostraban algo más interesados en el tema tras una breve sesión de diapositivas que los inició en la obra de Hokusai, Durero, Goya, Toulouse-Lautrec y Picasso, entre otros artistas grabadores–. Nosotros empezaremos las prácticas con el grabado en relieve, llamado así porque con un rodillo de caucho se entinta la superficie de la plancha de madera o linóleo a estampar. Aquellas zonas de la imagen que deban ir en blanco se han vaciado previamente con gubias y cúteres para que no recojan tinta, así que mucho cuidado con dónde ponéis los dedos cuando estéis trabajando, por favor.
»Imaginaos el típico sello de caucho de cualquier empresa y comprenderéis fácilmente el grabado en relieve.
Francisco Burillo aplica con el rodillo una capa de tinta negra sobre la plancha, quedando sin entintar el delicado vaciado que realizara con mano firme. La cantidad de tinta es muy importante pues un exceso puede anegar las líneas más finas y la falta de ella haría perder parte de la imagen. Una vez satisfecho, el anciano se dirige con la plancha a la prensa especial, que recibe el característico nombre de…
–El tórculo... –las risas y bromas de costumbre acompañaron las palabras del profesor cuando colocó la plancha entintada sobre la pletina de la prensa calcográfica–. El tórculo, como decía antes de vuestra original muestra de humor, es la herramienta con la que conseguiremos la presión necesaria para transferir el dibujo al papel. Por medio de un sistema de engranajes haremos pasar el sándwich formado por la plancha, el papel y una mantilla de lana que nos ayudará a distribuir uniformemente la presión, a través de dos rodillos metálicos. La presión de los rodillos es, como la cantidad de tinta, importantísima, pues un exceso no sólo haría estallar la tinta, llenando los huecos, sino que podría llegar a romper la plancha. Por otro lado, la falta de presión no transferiría todo el dibujo. Por ello es conveniente hacer pruebas de presión antes de la estampación definitiva.
Francisco Burillo había realizado la prueba de presión el día anterior, poco antes de ver por enésima vez Piratas del Caribe en el Fin del Mundo junto a su nieta –Julia es fan acérrima de Héctor Barbossa–. Así, tras relajar los músculos, agarra con firmeza el volante que pone en marcha los engranajes de la prensa y lo hace girar con un movimiento uniforme hasta que plancha, papel y mantilla salen al otro lado de los rodillos de presión, dando por concluida la primera estampa de la jornada.
–Como vemos, la estampa está perfectamente impresa. Bien de tinta y presión, y el dibujo es correcto. Enhorabuena, Niki –la chica del cabello castaño sonrió ante el halago del profesor, ruborizándose–. Sólo queda que la firmes, numeres y saques el resto de la serie que, te recuerdo, debe ser igual a esta estampa.
–¡¡Me cago en Barbossa, en Jack Sparrow y en la madre que parió al mono de los cojones...!! –la presión no ha sido la correcta y Francisco Burillo despotrica como un energúmeno cuando posa la vista en un sombrero pirata que cuelga de un gancho de la pared; la pequeña Julia debió aprovechar la siesta para jugar con el volante del tórculo como si fuera la rueda de timón de la Perla Negra, variando la presión de los rodillos por alguna exigencia náutica que sólo su imaginación podría llegar a entender–. ¿Cuántas veces le habré dicho...?
Y tras una última maldición de lo más bucanera, Francisco Burillo, exprofesor de dibujo, artista grabador y abuelo de una niña que sueña con navegar las azules aguas del Caribe entre monstruos mitológicos, bellas sirenas de oscuras intenciones y piratas de toda raza, sexo y condición, respira hondo tres veces y se resigna a calibrar de nuevo la presión del tórculo.
B.A., 2.016
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