El cuerpo reacciona; la mente decide
Por Tazzia Mayo
Enviado el 09/03/2016, clasificado en Adultos / eróticos
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Era un día lluvioso,el gris del cielo —con las tímidas nubes blancas que se atrevían a sumergirse en el gris plomizo del horizonte— me hacía pensar sin opción a réplica en él: mi sueño, mi anhelado deseo… mi imposible.
Durante meses, creo más bien quizá que fueron años, se fue adentrando poco a poco en mí. Sin prisa, sin preguntas, sin guión. Mi cuerpo reaccionó en cuanto mis ojos se cruzaron con los suyos; no solo fue una conexión física, había algo más…, mucho más. En esos momentos ambos teníamos pareja, no podíamos sumergirnos en lo que nuestro cuerpo nos pedía a gritos. Y entonces, pasó. Nunca antes había experimentado una sensación tan profunda, tan inmensa… tan abismal. ¿Qué estaba ocurriendo? No era la primera vez que me masturbaba, ni la segunda, solo una más. O eso pensé aquella mañana. Un mensaje suyo me arrebató de entre los brazos de Morfeo; solo un « buenos días» con una foto adjunta fueron suficientes para incorporarme sobre la cama cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a golpear, aún sin violencia, los cristales del ventanal junto a mi cama.
No era una foto nuestra, tras aquel primer y breve encuentro, la distancia suponía la mayor agonía imaginable. En blanco y negro podía observarse a una pareja, con la lengua de él recorriendo los pechos de ella sin dejar de mirarla. ¿Todo eso en una foto? La imaginación comenzó a construir la escena sin tan si quiera ponerla yo en marcha. A continuación otro mensaje: « Te pienso… no puedo dejar de hacerlo», sencillo, escueto, más que suficiente. Lo imaginé allí, junto a mí, bajo mis sábanas mientras oíamos la lluvia caer cada vez con más violencia; ¿solo físico?, ¿solo deseo? Era mucho más, no cabía duda. Me tumbé e introduje mi mano bajo la suave seda de mi ropa interior. Estaba húmeda, humedad que llevaba su nombre; nuestro nombre. Decidí activar la grabadora del teléfono para que me escuchara, me excitaba muchísimo saber que estaba a cientos de kilómetros y nos unirían mis gemidos. Mis dedos no encontraron dificultad en deslizarse sobre mi sexo, entre mis labios, buscando introducirse en mi interior sin pensar en nada más. En ese momento, la grabación se vio interrumpida por una llamada: era él. Descolgué. Sin planearlo, sin decirnos nada, simplemente comenzamos a escuchar los gemidos de cada uno al otro lado del hilo telefónico.
Mi labio inferior parecía pedir clemencia ante los repetidos mordiscos derivados de tanta intensidad, imágenes sin construir y sin explicación se sucedían junto a la banda sonora de nuestros gemidos; de nosotros. Un gemido ahogado al otro lado hizo que no pudiera alargar más el letargo; me dejé llevar uniéndome a su orgasmo. Un pitido inesperado zanjó nuestra conversación y dio paso de nuevo a los mensajes: « Te adoro, te siento aquí, en mi piel»… « No salgas de mí, quédate dentro, en mis venas, en mi interior»… « Estaremos juntos y cuando ocurra, se abrirán las puertas del paraíso ante nosotros ».
Solté el teléfono desfallecida, jadeante. Todas aquellas imágenes habían sido sustituidas por preguntas, interrogantes, dudas… ¿acaso soñar será suficiente? Aquella mañana no pude controlar mi cuerpo, pero mi mente decidió que solo disfrutar del momento era la respuesta.
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