Mi vecina Vicky. ¿Cliché? (Quinta parte).

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Acepté el reto, su declaración de guerra. Me reincorporé y recuperé la postura sintiendo la presión que ejercía su mano sobre mi palpitante falo. Respondí a su reto moviendo mis caderas adelante y atrás fuerte desde el primer movimiento, demostrándole lo que estaba por venir.

Mi mano de nuevo rodeando su cuello casi inmovilizándola fue el primer gesto de dominio sobre ella y no parecía disgustarle para nada. La pared absorbía el contacto desde sus nalgas hasta la nuca mientras no le mostraba piedad alguna haciéndole saber que estaba dispuesto a llegar más lejos todavía.

Su mano empapada, la mía haciendo presión esta vez hacia arriba. Era un gusto que mi ser consciente puede llegar a considerar enfermizo pero las circunstancias así lo exigían y a mí me encantaba verla esforzarse por mantener el contacto visual. El escenario, la situación y sobre todo la vestimenta me encantaban ya que ella seguía con ese pedazo de tela en el que su cuerpo entero confiaba su desnudez.

En cuanto a mí... yo perdí el control desde que mostró disposición a pesar de quedar parada sobre la punta de sus pies al sentir mi mano ejercer presión hacia arriba. Estaba claro que ya había cruzado una línea de la que no podía retroceder, que había despertado un demonio en mí.

 

—Mírame —dije mientras mis caderas no le mostraban intención alguna de parar.

Aparté su mano de mi verga de repente, tanto que se sorprendió al principio, pero no tardó en descifrar que era porque estaba cerca del explosivo límite. Liberé su cuello y soltó una exhalación que reflejaba un alivio notorio, la tomé de sus hombros y suavemente la guié hacia abajo de nuevo. Tomé sus palmas suavemente y las estiré sobre su cabeza.

 

—Mírame —imperé lo más frío que pude. Quiero que abras la boca, no quiero que me la mames, sólo quiero que mantengas tu boca bien abierta. ¿Está claro?

Asintió dulce y dispuesta.

Ahí, de rodillas y erguida contra la pared la tenía con la boca abierta recibiendo mi verga una y otra vez. Entrando y saliendo a placer no tardó demasiado en empaparse de esa mezcla de jugos que no hacía más que agregarle morbo a la situación. Como si su vestido no hubiera recibido suficiente no tardó en llenarse de espesas manchas calientes. Ya no respondía ni a mis propios actos, a lo lejos escuchaba una arcada tras otra, sus dedos entrelazados con los míos nunca mostraron señal de resistencia alguna y por segunda vez una descarga eléctrica recorría todo mi ser, señal del paro obligatorio.

 

La tomé de su cabello e hice una cola con él tirando levemente hacia arriba, señal que siguió al instante y de nuevo la tenía de pie mirándome a los ojos.

Su rostro era un desastre, un morboso desastre. Las huellas que las lágrimas dejaron marcadas en sus ojos eran evidentes y su maquillaje era sólo una mezcla de manchas al azar esparcidas por sus ojos y mejillas.

 

—Tómame —dijo de tal que cualquiera podría decir que está feliz. —En este momento te pertenezco.

La idea de ser su dueño, de ser en quien descanse cualquier decisión que la involucre en este terreno me dejaba frío de sólo pensarlo.

Sin soltar la cola que con su cabello había hecho, me acerqué a ella y susurré a su oído:

—Eres mía puta. Tu única virtud ahora, es que me perteneces.

Besé su mejilla, la desnudé deshaciéndome de ese tirante y la contemplé. Lamí la huella de mis dientes en su hombro, dibujé un camino con mi lengua hasta su cuello y la besé tierna y prolongadamente. Su respiración era profunda pero serena mientras soltaba murmullos inaudibles, subí por sus mejillas  y besé sus labios, busqué su lengua para que jugueteara con la mía, para que se enredaran y me dejara probar esa mezcla de sabores que se habían vuelto uno. Sus gemidos ahogándose en la cueva producto de la unión de su boca y la mía retumbaban de una forma deliciosa, deslicé ambas manos por debajo de su vestido y tiré de sus bragas hasta las rodillas, esto a la vez que ella soltaba un gemido más obvio, un gemido que evidenciaba su situación, su deseo, su ansiedad.

 

Me sentía en deuda con ella y quería concentrarme única y exclusivamente en sus sensaciones e imité la posición de la que ella apenas se recuperaba. Empecé por su vientre alternando entre mordidas y lametones, me pasé a sus caderas y las sometí a más de lo mismo. Luego recorrí sus muslos con los labios y la lengua a la vez, esperé a que tomara confianza y encajé mis dientes en su piel, la sentí estremecer, su piel así lo dejaba notar al erizarse como lo hacía. Torturarla pasando la lengua por sus ingles era una sensación que, a pesar de la posición en la que me encontraba, me hacía sentir que seguía teniendo el control de su cuerpo. Su  blanca, caliente y suave piel cedía ante cada sensación provocada por mi deseo de torturarla de esta manera tan peculiar.

 

—Por favor— finalmente replicó.

—Joder, cómo me encanta escucharte suplicar. ¿Por favor qué?

—Cómeme entera—dijo sujetando mi cabeza y guiándola hasta sus labios vaginales.

La sujeté de las nalgas, enterré mis dedos en su piel y la jalé hacia a mí de golpe, la saboreé como si no hubiera un mañana, centrándome en un vaivén separando sus labios con la lengua, llegando tan dentro una y otra vez, deseando penetrarla con la punta. Jugué con el dedo medio en la entrada de su coño y metí sólo la punta sin dejar de devorarla un sólo instante. Sus piernas me aprisionaron en señal de que estaba prohibido parar. Metí lo que restaba el dedo de un sólo empujón y la escuché maldecir repetidamente, lo hacía como quien se enfrenta a alguien con quien no puede luchar por más que lo intente. Sentí la ausencia de sus manos en mi cabeza al darles una tarea más acorde a la situación: La de jalonear con casi furia sus pezones, sensación que se sumaba a las quién sabe cuántas por las que pasaba en ese momento.

Finalmente, la sentí inmóvil, sus piernas temblando y contenía el aire... se derrumbó y se apoyó en mis hombros...

 

 

 

 


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