El viento golpeaba mi cara, la violencia con la que lo hacía era gratificante —alejada de ser lo molesta que podría parecer— e incrementaba mi deseo de continuar haciéndolo. Así lo hice; corrí, corrí y corrí sin pensar en un porqué, sin plantearme un destino hacia el que dirigirme, ni siquiera el motivo. Quizá solo necesitaba evadirme, alejarme de todos los pensamientos que me atenazaban en las últimas semanas.
De repente sentí la necesidad de parar; mi cabeza decía que no, pero mis piernas pedían clemencia. No quería sentarme, solo respirar, inhalar todo el oxígeno posible para poder alimentar mi torrente sanguíneo. Apoyé mis manos sobre las rodillas e intenté respirar a un ritmo más pausado. Ni siquiera me di cuenta hasta que percibí una corriente de… ¿abrigo, calma, hogar? No lo sabía, pero lo que quiera que fuera hizo que me irguiera. Era él. Tras meses sin verle, de nuevo mis ojos se encontraban con los suyos. Una corriente eléctrica me contrajo e hizo que me estremeciera sin haber aún cruzado palabra.
—¡Vaya! Mejor aún de lo que recordaba —me dijo sin darnos tan siquiera los dos besos protocolarios—. Veo que todo va bien si has vuelto a correr…
—Necesitaba desconectar…, tú mejor que nadie sabes a qué me refiero.
Me sonrió hablando solo con los ojos y antes de que pudiera continuar me preguntó:
—¿Quieres que nos tomemos algo y nos ponemos al día? El ático aquel que pusieron mis padres en venta aún no tiene dueños…, y está aquí al lado.
No hacía falta contestar. ¿Meses sin vernos? No parecía haber pasado el tiempo. Me acerqué colocándome a su lado y nos dirigimos hacia allí. Él parecía haber estado corriendo también, no me había fijado hasta que comenzamos a hablar de las trivialidades del día a día. Hasta ese momento mi mirada no había podido separarse de la suya como para poder verle… en conjunto Aún agotados del esfuerzo físico, nuestro encuentro recargaba las pilas sin pedir permiso. Abrió la puerta y una luz cegadora me embriagó. Me colmó de fuerzas, energía, aliento… tanto, que sentí desaparecer de la estancia y volar muy lejos. En ese momento en el que creí estar lejos de allí atraída por la luz, algo me retuvo, eran sus manos. Sus manos en mi cintura. Sus manos acariciándome como nunca antes lo habían hecho. Me giró, nuestras caras estaban a escasos centímetros y no pude evitar morderme el labio; tan cerca de sus labios todas mis barreras se alzaron dejando paso a su encuentro. Nuestros labios se acercaron despacio y se arrullaron con suavidad, con sentimientos que creí olvidados, hasta que nuestras lenguas no pudieron contener sus ganas. Me abrazó entre él y la pared y su lengua se desprendió de mi para saborear mi cuello. Mi piel se erizaba mientras mis piernas comenzaban a flaquear; no sabía si era la carrera de la mañana o la de de mi sangre hacia mi sexo, pero no podía evitar estremecerme sin filtro alguno que pudiera relajar tantas sensaciones acumuladas. De nuevo sentí su lengua enredada con la mía, su mano aferraba mi cuello al mismo tiempo que acariciaba mi piel tras el lóbulo de mi oreja y un gemido ahogado susurró en su oído todo lo que quería decirle sin poder articular palabra. Me alzó entre sus brazos y mis piernas abrazaron su cadera, no pude evitar otro gemido al sentir mi nombre entre sus piernas.
Me llevó hacia la terraza, me colocó sobre la hamaca y me desnudó; despacio, sin dejar de mirarme a los ojos que expresaban ese diálogo tan nuestro que solo nosotros entendíamos. Cuando su lengua desapareció entre mis piernas, mis muslos se contrajeron y su lengua se introdujo entre mis labios buceando en mi humedad… esa que comenzó a emanar solo con verle. Mis dedos se enredaban entre sus mechones de pelo, acariciándole, presionando con más fuerza cuando su lengua tomó aire fuera de mí, saboreando mi clítoris anhelante. No pude contener el torbellino que sacudió todo mi cuerpo y el orgasmo no fue solo físico; mi alma, mi mente y mi corazón… palpitaron al fusionarse el placer físico y el que alimentó en mi alma lo que buscaba la carrera en el parque…
Cuando mi respiración recobró su ritmo normal, pude observar el maravilloso horizonte que nos brindaba el ático. Ese horizonte en el que tras meses de enterrar sentimientos, veía una luz diferente, nuestra luz.
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