Llenos de luces y de color, los maniquíes posan sonrientes mostrando su mejor cara. Rodeados de serpentinas y objetos extravagantes muestran una vida de ensueño que parece una utopía para la gente de a pie, que se limitan a apoyar sus caras tras el cristal para intentar escudriñar qué es lo que hay detrás, cuáles son los secreto que esconden sus cuerpos tan bien formados para intentar aplicarlos a sus vidas.
Las calles brillan con la luz que desprenden mientras demuestran al mundo que los sueños más grandes e imposibles están al alcance de unos pocos de los mortales, aunque a simple vista pareciera que todo es tan fácil como salir al mundo y hacerlos realidad. Cada uno de estos escaparates muestra una historia diferente, pero todos ellos mantienen la misma esencia: La culminación del éxito en todas sus facetas: Tenemos a "la familia feliz", que se abrazan felices por haber encontrado el amor verdadero, viviendo en su casa de ensueño rodeada de muebles de diseño. Por otro lado tenemos al "eterno aventurero" que, rodeado de las fotos más increíbles vive rodeado de trofeos y souvenirs con una mirada triunfal sobre el globo terráqueo que adorna su salón. Y por supuesto tampoco olvidemos al "Lobo de Wall Street", que vive en una casa empapelada con billetes ganados gracias a su insuperable éxito profesional mientras toma un martini con sus amigos en una eterna bacanal de alcohol, sexo y música que nunca tiene fin.
Pero cuando las luces se apagan y ya nadie mira los maniquíes muestran una cara desconocida para su tan querido público. "La Familia Feliz" está frustrada porque mientras "papá maniquí" se junta con el mundo de las drogas y la prostitución, "mamá maniquí" vive hastiada de su vida sin sentido, preguntándose en qué momento todo aquello que soñaba dejó de importarle. "El Aventurero" juega abstraído con sus tesoros provenientes de los siete mares mientras asume tristemente que por muchos sellos en su pasaporte o las millas recorridas ningún souvenir podrá llenar el vacío de su soledad. "El Lobo", ojeroso por las continuas resacas, se despierta cada mañana sintiendo que la vida le abandona a cada sorbo, a cada polvo, y aunque intenta no pensarlo, hace años que todos los placeres de la vida ya no saben a nada.
Luces y sombras, lágrimas de maniquí que recorren el corazón de cada uno de ellos. Dolores profundos tras el plástico de su perfección superficial. Una vida para la galería y otra muy distinta para sí mismos. Fachadas que ocultan edificios en ruinas.
Tras pasarnos media vida vistiendo y decorando con mimo nuestro escaparate para mostrarlo al mundo empezamos a temer enfrentarnos a la oscuridad de la trastienda, y nos cuesta aceptar que esa parte oculta también forma parte de nosotros. Un escalofrío nos recorre el alma solo de pensarlo.
Afortunadamente esta sensación desaparece pronto. La luz de la mañana se alarga hasta tocar cálidamente el vidrio del escaparate, y todos los maniquíes vuelven a su posición inicial. Las lágrimas se secan y las ojeras desaparecen porque de nuevo es la hora de interpretar nuestro mejor papel. La familia se abraza mientras el lobo se sirve una nueva copa, El reloj ha vuelto a girar y las luces se encienden. Es hora de mostrar que, por supuesto, todos los sueños se hacen realidad.
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