Una Vida en el Jardín

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No recuerdo cómo llegamos allí, ni tampoco lo que quería ni quién era. Sólo sabía que estaba contigo en un jardín gigantesco que parecía no tener fin. No tenía miedo ni temor, ya que por aquel entonces ni tú ni yo sabíamos lo que eran aquellas sensaciones.

Recuerdo con regocijo aquellos días de felicidad que pasamos probando los distintos frutos de los árboles, sin poder predecir si era un manjar o una amarga hoja de árbol. Juntos corríamos campo traviesa, bebiendo de las aguas de la Inocencia y oliendo las flores del campo del Sueño y del Deseo. Pero nuestro recién conocido amigo el Tiempo no conocía el descanso y, con paso firme sin vacilar hizo crecer nuevas flores en nuestro vergel, que aun impregnados con el aroma de la Curiosidad seguíamos investigando.

Aquellas flores fueron la llegada de un nuevo amanecer. Las tupidas enredaderas de sus raíces bloquearon el manantial del que manaba el agua de la Inocencia, y entonces comenzó la búsqueda de nuevos jugos, más exóticos y apetecibles, de los nuevos frutos del jardín. El beber de su néctar fue el despertar de nuevos y desconocidos sentidos. Notábamos en nuestros cuerpos una explosión de sensaciones jamás vividas hasta entonces. Aquel sabor agridulce debió invadir mis pupilas, porque ya no te miraba de la misma forma que antes, y notaba que tú tampoco.

Mientras investigábamos nuevos alimentos de nuestro edén, en muchas ocasiones sangrábamos por las espinas rociadas por el veneno de la Duda, llevándonos a la confusión, nublando nuestra vista haciéndonos tropezar y retroceder en nuestro camino a través del enorme jardín. Muchas heridas y cicatrices son hoy el recuerdo del paso por aquellos tupidos matorrales de plantas espinadas. El Tiempo, nuestro fiel e inexorable compañero de viaje seguía mostrándose solícito por continuar. Nos enseñó una nueva gama de olores y sabores que en algunos momentos me hacían olvidarte, pero sólo durante poco tiempo. Algo muy fuerte nos unía. Y sobre todo tú, tan intuitiva como eras, te diste cuenta antes que yo. Pronto supimos que algo inevitable estaba por ocurrir, y juntos probamos el delicioso y exótico fruto del Amor.

Una vez más el Tiempo hizo de las suyas y empezaste a cambiar. Eras diferente. Parecías una planta a punto de dar su frutos. Tal y como sospeché algo salió desde tus entrañas. Se trataba de una pequeña plantita bella y hermosa. Desde el primer momento quería protegerla y cuidarla. Se parecía tanto a nosotros... Como siempre, fueron el Tiempo y el cariño los que provocaron el crecimiento de nuestra flor haciéndola fuerte y vigorosa.

La pequeña nos cambió a los dos. Ya no teníamos tiempo para seguir probando y observando las flores del gran jardín, sino que sólo teníamos ojos para nuestra pequeña, tan pequeña y delicada. La alimentamos con los frutos más apetitosos que conocíamos y le dimos a beber del agua más clara y pura de todos los manantiales. Nuestra planta creció, pareciéndose mucho a ti cuando correteabas junto a mí por los campos del Sueño y el Deseo.

Añoro aquellos años de dicha y felicidad. El Tiempo, compañero leal pero detestable, nos debilitó y agotó en nosotros el perfume que contenía el aroma de la Curiosidad. La desgana se apoderó de nosotros y poco a poco nos debilitábamos, sin poder conocer por completo el jardín en el que tantos momentos. Hace poco que te marchitaste y ahora te necesito mucho más que antes. Noto cómo mi cuerpo termina por agotarse, y temo dejar a nuestra plantita sola en el jardín. Pero sé que ella sabrá arreglárselas sin mí cuando yo no esté. Mi existencia se acaba y el Tiempo, mi verdugo traidor, avanza torturándome. Aún no sé la razón de mi existencia. No sé por qué fui enviado al jardín cuando ni tan siquiera fui capaz de conocerlo entero. Me voy sin saber adónde, pero parto satisfecho de haber disfrutado de una vida llena de sensaciones junto a alguien tan maravilloso como tú.

unpoetaenunbanco.blogspot.com.es


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