Sara Nayib·Viernes, 15 de enero de 2016.-
Para mí era inevitable huir de él, la vida nos tendría siempre unidos y nadie podría romper con eso. Me dejó sola, a veces iba a buscarme pero parecía que no estaba ahí. Tenía cosas nuevas y más importantes en que pensar, yo había pasado a segundo plano. Sus formas de acercarse a mí sólo terminaban en promesas rotas, pero llegó un día en que no lloré más por ello…
Hubo un día en el que me harté de estar esperando cosas de él, me harté de que se refugiara tras un “No sé cómo demostrar mis sentimientos”, decidí no hacerle más caso, simplemente escucharlo sin que nada me afectara…pero él tenía la habilidad de ablandarme con un “te quiero” o una simple llamada de cortesía. Renegaba conmigo misma por ser tan malditamente frágil y sensible con él, no se merecía nada de mi parte. Yo sólo buscaba odiarlo, buscaba acabar con cualquier tipo de sentimientos afectivo hacia a él… cuando estuve a nada de lograrlo, pasó algo: notó mi indiferencia y el rencor en mis ojos. Notó como me ponía rígida entre sus brazos supuestamente me abrazaba sólo dándome palmaditas en la espalda, vio como prefería estar concentrada en otras cosas mientras él intentaba platicar conmigo. Vio que me estaba perdiendo.
Un día me abrazó.
Lo hizo sin que yo se lo pidiera, lo hizo de corazón porque esta vez no hubo ‘palmaditas’ en mi espalda, simplemente me sostuvo con delicadeza. Llegué a pensar que estaba ebrio, pero para mi sorpresa estaba en sus 5 sentidos. Él ya no me gritaba, no me decía cosas hirientes, me estaba demostrando que me quería. Pero aun desconfío, todavía tengo miedo de todo esto sea pasajero y pronto volvamos a lo mismo. No está de más darle una oportunidad. Y le otorgo una oportunidad más con la esperanza de que todo sea diferente, sólo lo hago porque lo quiero mucho. Hoy todo está yendo normal, hoy por fin está tratándome como lo que soy: su hija.
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