La miré.
En mis pupilas se reflejaba el color marrón que tan común le resulta a todo el mundo, pero a mí no dejaba de parecerme un color hermoso: Marrón es el aroma de la madera recién cortada, marrón es la frescura de la tierra recién labrada.
Su figura no era tan común: Aquel día, fijándome bien en ella, reparé en sus curvas perfectas y le permití a mi mirada el lujo de vagar por ellas, sin prisa, sin reparos ni vergüenza.
Mientras la contemplaba no podía evitar pensar que ella, durante un tiempo, había formado parte de mí: la había llevado en mi interior. Habíamos compartido una parte de nuestra vida como si fuésemos uno. Pero, aunque quieras, hay algunas cosas que no se pueden retener para siempre.
Todo esto fue lo que pensé mientras la miraba por última vez. No sé qué sentiría ella, pero a mí me había dolido mucho separarnos. Había sentido que algo en mí se desgarraba. Pero todo albor tiene su ocaso y en las inexorables vicisitudes de la vida hay que aprender a expulsar, por mucho que nos duela, todo aquello que no podemos seguir guardando en nuestro interior.
Tras haber comprobado minuciosamente que la mierda parecía normal, descarté la idea de ir al médico y tiré de la cadena.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales