LOS ANALES DE MULEY(3ª PARTE)(11.Y FINAL)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 14/03/2016, clasificado en Varios / otros
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LXXVlll
Nunca tuve días de asueto
en mi efímera vida,
siempre iba de corrida
por tan sinuoso camino,
nunca me fue aburrida
porque fui hombre ladino.
No conocí otras tierras
excepto las que labré,
a las que frutos saqué
y viví con dignidad;
mi vida les dediqué
con amor y con verdad.
De nada me arrepiento,
a nadie pido perdón
por enarbolar pendón
a los cuatros vientos,
de orgullo y sumisión
llenos van mis pensamientos.
Es tétrica mi aflicción.
Me siento desvalido,
flotando en el olvido
entre negros nubarrones,
me encuentro perdido
entre rotos corazones.
Nadie me quiere escuchar,
nadie mira a este viejo
que está algo añejo,
pero es bien parecido,
más todos quieren consejo
de este anciano curtido.
Harto de esperar estoy.
Cabizbajo y cansado
sigo estando sentado,
mirando en rededor
un poco atragantado
buscando mi resplandor.
La vejez es el olvido,
tiempo de ociosidad,
momentos de ansiedad
buscando una razón,
porque la longevidad
nos llena de aflicción.
Me he forjado en el campo
adquiriendo don de gente,
bebiendo de su fuente,
me hice hombre respetado,
querido, con sana mente
y capataz adulado.
Me preocupé del pueblo,
del personal hambriento,
luché en cada momento
por tanta desigualdad
que a la sazón me siento
paladín de libertad.
Odié a mi “señorito”
hasta la extenuación,
a él me enfrente, con razón,
por motivos de siembra;
yo parecía un bufón,
pues me trataba como hembra.
Aquel altivo opulento
la dignidad despreciaba,
de ello siempre se jactaba
cuando cualquier mujer
ante él se presentaba
pidiendo algo de comer.
Seducía al pueblo entero
y se reía de lo divino,
yo nunca le vi cansino
en asunto de amoríos,
pero un día lo vi cetrino,
convulsionado, con fríos.
Sentía como su poder
se estaba diluyendo,
pero él seguía teniendo
su orgullo de “señorito”;
su pensar era horrendo,
un gesto de hombre maldito.
Porque llegó el momento,
súbito, de libertad,
se proclamó la igualdad
con ansia desesperada
y afloró una verdad
clara, pero reservada.
Poco a poco se consumía
al ver aquel gran evento
que marcaba el momento
final del terrateniente;
dejó de escribir su cuento,
dejó de usar su mente.
Un día antes de su muerte
a su llamada acudí,
algo sorprendido fui,
pero cumplí su deseo;
a su mansión acudí
como mí fuera un reo.
Era la muerte viviente:
famélico, parecía muerto
dentro de aquel concierto
de orden y serenidad,
pero no es menos cierto
que poseía vivacidad.
Me quedé algo pensativo
hurgando en el pasado
y quedé algo pasmado
viendo su rosto cetrino,
pues me sentía jorobado
pensando en mí destino.
Gran tribulación me vino
cuando a él me dirigí,
todo mi odio perdí
y de bondad quedé henchido;
día y noche confundí,
pero no estaba perdido.
Nunca había pensado
en ese fatal evento
y memos aún el momento
de nuestra despedida,
mi voz se la llevó el viento
a su punto de partida.
Con su tétrica mirada
en mi rostro se fijó
y un suspiro exhaló,
a su lecho me acerqué
y aquel hombre lloró
mientras yo al cielo clamé.
Con una voz apagada,
suave, me pidió perdón
por toda aquella aflicción
que me hubiera causado
y por cualquier acción
que yo quedara frustrado.
Por yacer con mi mujer,
por perder mi juventud,
por mi fiel esclavitud,
por no tener libertad….
Alabó mi rectitud
desde mi pronta edad.
Lloré como un chiquillo
y sentí algo de empatía,
pero maldije el día
que robó mi sentimiento;
arrebato me producía
y exhalé un lamento.
Me despedí del patrón
como un sutil caballero
lleno de orgullo y fuero,
fui muy benevolente,
pues yo no era el arriero
que castigaba a su gente.
LXXlX
Fue un día gris, lluvioso,
cuando lo enterramos,
a hombros lo trasportamos
hacia su eterno viaje
y al cielo le rogamos
que no pagara peaje.
Fue un día tétrico
de oscuros nubarrones,
parecían vientos monzones
tal como ello venteaban,
despuntaban pantalones
y movimientos truncaban.
Fue un día para el recuerdo,
para nunca olvidar,
en nuestro pecho guardar
con humildad y respeto;
sería para evocar
cualquier clase de reto.
Me siento sosegado
y sobre todo ufano,
porque se fue el tirano
que mi vida cercenó;
aunque era un hermano,
él nunca lo demostró.
Yo espero ese momento
en mi arboleda sentado,
contemplando lo creado
y mirando al cielo;
todo lo tengo grabado,
envuelto en mi pañuelo.
Porque la luz de esta vida
nos da ansias de vivir,
amor para compartir
y un Dios en quien creer;
pues todo nuestro sentir
se aviva al nacer.
Me apego a este mundo
que pasar no lo parece,
mi edad se estremece
porque siente el final,
aunque el vivir merece
anhelar lo inmortal.
Aquí sigo esperando,
estando muy consciente,
tengo tranquila la mente
y vivo en encierro,
pues feliz miro a la gente
que pagará mi entierro.
¿Quién se pondrá crespón negro
por este viejo muerto?
¿Quién labrará mi huerto?
Con cariño y esmero
llegaré a buen puerto
porque siempre fui arriero.
Doy gracias al cielo
por mi bendita suerte
y haber sido solerte;
he sido actor en escena
sin miedo a la muerte,
pero morir me da pena.
Esta ha sido la vida de Muley, que bien puede ser la tuya, fiel lector, porque todos tenemos un pasado cuyos recuerdos, en determinados momentos, evocamos, pero la vida no es lo que vivimos, sino todo aquello que recordamos con capacidad de narrar, y contra más recuerdos se evoquen, más resplandecerá nuestra vida. Al recordar, idealizamos los recuerdos, hacemos poesía, y la narramos en prosa, por ello hay que hacer como Muley en el Otoño de su vida, mirar hacia atrás y evocar todo lo que uno pueda recordar de su paso por ella, pero si analizamos sus últimos versos nos está diciendo que la ida es efímera, pero maravillosa, tan maravillosa que siente pena por dejar su arboleda.
Gracias a todos aquellos que, en mayor o menor grado, han seguido la historia de Muley, gracias por vuestra fidelidad, y gracias…por vuestra paciencia.
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