A los diecisiete años perdí mi identidad. Me convertí en un símbolo, la Doncella de Rosette, sucesora de una larga tradición de campeonas a las que las sacerdotisas del templo han entrenado desde los albores de nuestro pueblo guerrero para dar caza al unicornio la última luna llena de cada año.
Generación tras generación, las Doncellas hemos atraído con nuestra pureza al desconfiado animal, seduciéndolo con cantos y palabras de amor hasta vernos reflejadas en sus glaucos ojos de naturaleza primitiva. Sólo entonces, tras disculparnos por lo inevitable, comienza un enfrentamiento de igual a igual, mujer contra bestia, pues ésa es la única forma en que Épona, la Pelirroja, permite que se le arrebate a uno de sus hijos, nacidos del cálido aliento de la diosa una noche de plenilunio.
Llevo veintiocho años como Doncella de Rosette. El brazo me resulta demasiado pesado sin las fuerzas que da la juventud y mi cuerpo ha perdido su seductora lozanía, cruel reflejo del impasible paso del tiempo; ya es hora de que otra muchacha pierda su identidad y me suceda.
Un rayo de luna queda atrapado en el cuerno de la bestia. ¡Que de comienzo mi última cacería!
B.A., 2.016
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