La nueva campana

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Con la enfermedad del padre Damián, pasaron una serie de acontecimiento que* transvasaron la vida religiosa en el pueblo. Se cayó la techumbre del campanario por su estado ruinoso, que provocó el desprendimiento y la caída de la campana a unos cuarenta metros de altura. Al chocar con el suelo se agrietó la *copa.

Una vez el tejado de la torre fue reparado se procedió a colocarla en su lugar original, acollada por el *jubo de madera, que llevaba unos tirantes sujetos con unas tuercas, donde se hallaban incrustados los ejes que descansaban dentro de unos cojinetes, uno exterior de madera, y otro interior de metal. Pero cuando el *badajo chocaba con el cuerpo de la campana, producía un sonido desagradable al oído.

La vida del pueblo giraba en torno a la campana de la iglesia, sin ella solamente tenían el sol para indicarle cuando debían recogerse de las labores del campo. La campana era un instrumento fundamental, porque el sonido era escuchado por todo el término, avisando y congregando a los parroquianos no solamente para los actos litúrgicos sino para cualquier acontecimiento importante. Los más viejos del lugar todavía recordaban cuando la trasladaron al pueblo más cercano por la epidemia, y donde se desplazaron los habitantes, quedando deshabitado el pueblo.

Cuando se tomó la decisión de reparar la campana, de las gestiones se encargó el propio Damián. Avisó a un campanero que acudió *raudo donde lo demandaban, con sus aperos y demás herramientas. Se instaló en las cercanías de la iglesia para trabajar. Hasta que terminara el encargo, quedo hospedado en la sacristía en un improvisado catre.

Cuando se comprobó que el material de la campana no era suficiente para refundir la nueva pieza, el párroco solicito a los feligreses que realizan aportaciones económicas para poder financiar los trabajos, pero los bolsillos de los lugareños estaban esquilmados por la reparación del tejado. La recolecta entre los feligreses no alcanzaba ni el treinta por ciento del presupuesto del campanero. Hasta el extremo de que, en alguna casa más humilde, que no disponía de dinero para demostrar su lealtad al párroco donó enseres como quinqués o viejos braseros para que se utilizaran en la fundición de la nueva campana. Entonces, el párroco pensó que debería buscar un benefactor que pueda financiar el resto de la reparación. Y se dirigió a la Casa Grande para hablar con Don José Guzmán de Tuetana que a las súplicas del sacerdote, y tras hacerse de rogar finalmente accedió a la *dádiva con la condición que se grabara en la campana su nombre para más gloria de la familia.

El maestro fundidor que veía a diario al padre Damián, antes de finalizar con el molde le preguntó si quería grabar alguna inscripción en el pie.

- Si. Indicó - Deseo una inscripción dedicada a Santa Bárbara como propiciadora de las lluvias para el provecho de las cosechas.

Colocó el horno en una base para asegurarlo, y comenzó las tareas de elaborar el molde de cera. Luego, realizo un gran pozo en la tierra para depositarlo, y proceder a la fundición de los materiales. El metal de campana, fundido, lo vertió en el molde a través de una caja forrada de arena de fundición, y rodeado de tierra para se enfriara de manera uniforme. El metal con que se hacían las campanas era el bronce, una mezcla de cobre y estaño en distintas proporciones, y cuya fórmula se guardaba secretamente de padres a hijos.

Una vez finalizada, y antes de subirla a la torre, se colocó junto a la entrada del templo para que la pudieran observar los feligreses. La campana de la antigua iglesia de Fernando de Ayala llevaba grabada en la parte frontal una cruz y en el pie esta frase: “Santa Bárbara, abogada de las tormentas”. En el interior de la copa figuraba casi inapreciable el nombre del casual benefactor, en respuesta a la soberbia demostrada. La nueva campana pesaba casi ochenta *arrobas, he hizo falta la dirección del campanero y el esfuerzo de cuatro braceros con una palanca y un sistema de poleas para subirla al campanario.

CONTINUARA...

Nota de Autor

Arroba: Medida de peso que equivalia a un kilogramo y cuarto.
80 arrobas son 92 kilogramos.

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