En una ocasión, una familia tenía un pajarillo doméstico en una jaula de su casa: al mismo tiempo tenían un gato también domesticado, aunque muy bravo con las aves, por eso muchos días cazaba pájaros y se los comía, en una terraza que tenían. De esa manera, al ver allí un pájaro, de vez en cuando hacía ademán, desde encima de una silla de asaltar la jaula para comérselo. Viendo esto el padre de la familia, un día saco el pajarillo de la jaula como lo hacia otros días, pero en esa ocasión, se lo puso con toda precaución delante del gato, a ver qué era lo que le hacía; al ver el pajarillo delante, el gato quiso comérselo de un bocado. Sin embargo, el hombre que ya lo preveía, se lo retiró y le echó una regañina al gato, tirándole un poco de una oreja. Esa fue la primera vez, aunque después de esta vinieron otras muchas, porque el hombre insistió, en que el gato un día tendría que respetar al pajarillo, sin que intentara comerlo.
Pasaron varias semanas, en las que el hombre no cejaba en su empeño, de que el pajarillo y el gato llegaran a ser buenos amigos, por eso, todos los días seguía juntándolos una hora por la noche, hasta que el gato se fue acostumbrando a tener al pájaro delante de él y más tarde ya los dejaba juntos un rato. En ese tiempo el pajarillo volaba de una silla al lomo del gato y al revés. Días más tarde, ya el pájaro le picaba en el hocico al gato y este lo lamía como si fuera un hijo o algo así y ya no corría ningún peligro el pajarillo, en el tiempo que estaba con él.
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