Ocurre cuando menos te lo esperas. A veces trabajando, otras ocioso en casa y en ocasiones de camino a alguna parte. Tu cabeza, que generalmente vive aprisionada bajo el yugo del orden y del control, se libera con disimulo de sus cadenas y comienza sutilmente a formar nubes de ideas a medio terminar que empiezan a poblar el cielo de tu mente. Bajo este cielo encapotado es necesario obrar con sigilo, pues estas ideas a medio terminar son muy volátiles y sensibles a la mirada crítica, y a poco que se cuestionen o se fuercen desaparecen como pompas de jabón, quedando el recuerdo de algo que pudo haber sido.
Una vez hecho esa acercamiento silencioso típico del cazador que acecha a su presa, es el momento de concentrarse y dejar a que todo fluya. Apenas acariciando estas ideas con suavidad la maquinaria se enciende. De pronto, este humo difuso que puebla nuestra mente empieza a generar una corriente eléctrica de alto voltaje. Rayos de luz empiezan a unir unas nubes con otras, rebotando e iluminando la oscuridad de nuestro cerebro hasta que ya no puede dejar de brillar.
Entonces tu cuerpo ya ha dejado de ser tuyo. Tan solo viendo tus ojos en trance buscando con ansias algo para escribir es suficiente para diagnosticar los síntomas. Por tus venas ya no fluye sangre, sino creatividad en estado puro que hace que tus manos estén poseídas y no puedan parar de crear, liberando toda la energía en ese trozo de papel que tienes entre manos. Hablas rápido y sin sentido intentando explicarlo, pero tu cabeza va más rápido que el lento cuerpo en el que tus ideas se han reencarnado. Más color, más trazos, más texto, más atención. Tu nuevo mundo se reduce ese papel que da igual lo grande que sea, porque sentirás que no es suficiente para culminar todo tu torrente creativo.
Tras esos minutos de locura creativa, súbitamente recuperarás el sentido. Te sentirás fatigado, sudado y excitado. Notarás que tu corazón todavía cabalga muy rápido, como si hubieras corrido una maratón. Tu respiración tardará un poco más en normalizarse. Tu visión, en un principio borrosa y difusa, empezará a recuperarse de este momento tan intenso. Es entonces cuando llevas tu vista al papel y empiezas a asombrarte por aquello que has creado. No puedes creerlo, pero detrás de ese trazo febril y acelerado se encuentra algo de no eres capaz de entender que haya salido de tus manos. No puedes evitar sonreír y mirar al infinito: Una nueva idea ha nacido.
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