El fugitivo

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Este era un cerdito, que nació en una cochiquera como todos sus hermanos de aquella camada y fue amantado de igual manera por su madre: sin embargo, cuando comenzó a comer el rico pienso que le daba el humano que los cuidaba, él no se llenaba como lo hacían sus 10 hermanos, que comían hasta no poder más, por eso cada día que pasaba más gordos estaban y luego se acurrucaban unos encima de otros sin hacer ni el menor ejercicio. Mientras que nuestro protagonista, solo comía lo necesario para vivir, porque pensaba, ¡la gordura solo es buena para los animales que llevaban al matadero, para luego comerlos! Aunque él no quería ser comido por nadie, por eso solo comía para vivir y no vivía para comer, además de hacer ejercicio como mejor podía, en el poco espacio que tenía en la cochiquera.

Cada día que pasaba, más se acercaba el día en que los cerditos iban a ser vendidos por su dueño, pero este se daba cuenta, de que el cerdito de nuestra historia estaba muy delgado y sus carnes no eran más que un nervio puro. Sin embargo se veía que enfermo no estaba, por eso no se preocupó más de él, hasta que se los vino a ver el comprador, que al llegar a un precio tratado, dijo; ¿a este (por el protagonista) no lo quiero ni regalado, porque no tiene pizca de carne, solo es nervio puro? A esto el dueño contestó: ¡¡no importa lo voy a llevar para el huerto, allí ya engordará, para luego comer sus jamones y el resto de su carne meterla en chorizos!! Al oír esto, nuestro cerdo pensó: ¡¡¡y una mierda, si piensas comer mi carne, estas apañado!!!

Así fue, estando el cerdo en el huerto, hacía tanto ejercicio, que hasta llego a dar saltos de más de un metro de altura, además solo comía lo necesario, de lo mucho que le daban, para estar bien alimentado, pero carne buena para comer su dueño, no tenía.

No obstante, al pasar allí unos meses, el miedo a que lo comieran no se le iba del cuerpo. Por eso una noche de luna llena, se fugó mal como pudo por un agujero que había en la valla. Saliendo con dirección al monte, estando ya cerca de este, se encontró con una manada de sus primos, los jabalíes, comiendo en la cosecha de los humanos, que al verlo se pusieron en guardia, porque nunca habían visto por allí un cerdo casero y podía acompañarlo algún humano. Aunque el jefe que estaba vigilando, al ver que venía solo, tranquilizó a sus subordinados, acercándose a él, preguntándole que era lo que le pasaba y porque estaba allí, sin nadie que le acompañara.

Nuestro protagonista, a todos reunidos, les contó la historia de su vida y por qué se había fugado: a lo que respondió el jefe ¿esos humanos, son unos salvajes?, ¿si tú quieres puedes venir a vivir con nosotros al monte? Aceptando nuestro cerdo, que estando con ellos, más tarde se casó con una guapa jabalina, con la que tuvo muchos cerditos-jabatos, viviendo allí, muy feliz toda su vida.

 


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