Viejas heridas (Introducción)
Por Hebe
Enviado el 17/03/2016, clasificado en Intriga / suspense
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El odio,
Uno de los sentimientos más fuertes, más fuerte aunque su antagonista el amor; es tan fuerte que te atrapa, recorriendo las entrañas del ser humano y apoderándose de tu persona, llegando a convertirte en alguien diferente a como eres a diario.
El odio se puede usar para enfrentarte a la vida diaria, es una faceta de todos, la cual nutrimos constantemente, en el caso de ciertas personas su vida gira en torno al odio. ¿Por qué odiamos? Es algo que no se puede encasillar en un solo motivo, quizás por celos, por miedo, por insatisfacciones personales, por otros muchos; quizás tantos que no se puedan enumerar todos, si algún día el odio desaparece de la faz de la tierra, la rabia, la furia del ser humano desaparecerá y simplemente seremos corderitos vagando por las calles sin capacidad de reaccionar ante ciertos obstáculos de la vida, por ello el odio siempre embargara mi cuerpo, mi mente de hombre enfermo, la rabia con la que puedo mirar a los ojos a una persona, esa rabia alimenta mi corazón día tras día, aunque por supuesto eso no quiere decir que sea un hombre que permanezca impasible a todo, pues en el fondo tengo mi corazón, simplemente se halla ensombrecido tras una espesa niebla negra, se esconde en lo más profundo de sus entrañas ternura, comprensión y amabilidad…
Pero la rabia contenida es superior a todo eso y en mi descenso a la locura llegue a conocer un miedo, muy diferente del que se puede tener, era un miedo hacia mí mismo, tan desbocado como un potro salvaje, que ni siquiera yo podía controlar.
Cuando a un hombre se le quitan sus privilegios, sus logros y se queda hundido en la más profunda miseria material y emocional, solo tiene dos caminos, permanecer tirado en el suelo, lamentándose de todo lo que tuvo o pelear con uñas y dientes por recuperar el estatus que ostento un día, aun a sabiendas de que todo puede quedar en un intento, rozando la locura y llegando a perder la poca cordura que aún conserva, a pesar de esos riesgos, siempre es mejor levantarse del fango, escupir al destino a la cara y ganar la batalla que se nos presenta.
Tres de la madrugada de un día lluvioso de invierno, calles oscuras y desiertas, por sus rincones solo se ven cubos de basura, gatos que salen de la oscuridad buscando alimento como si las aceras fueran suyas, miran a los escasos viandantes con gesto amenazador, esas callejuelas los pertenecen, cada rata que puebla el lugar lo sabe, como dueños y señores andan pavoneándose por el suburbio.
Encima de un banco hay un gato atigrado y rechoncho, luce un viejo collar con una placa, un inadaptado dentro del mundo callejero, probablemente fuese abandonado hace años, vaga sin rumbo por las calles, sentado sobre sus patas traseras, mira a la lejanía de la calle donde se encuentra, es una noche cerrada y nadie pasea a esas horas, pero de repente, el felino nota algo, una sensación de que no está solo, pronto resuenan unos pasos, cada vez más cerca, se gira en redondo y a lo lejos ve una silueta, es un hombre corpulento, cuando distingue a la persona, vuelve a sus quehaceres.
El viandante no es más que otro inadaptado como nuestro amigo felino, hombre de pocas palabras, vaga por la ciudad en busca de venganza, no conoce de buenas palabras, la amabilidad no está dentro de su vocabulario; hace un tiempo fue todo lo contrario, tuvo una familia que lo quería, un buen trabajo, una casa lujosa, pero todo se desvaneció en poco tiempo, fueron años de amargura, años que pasaron en un suspiro, y se convirtió en lo que es hoy, una mala bestia que se codea en los bajos fondos de la ciudad con gente de su calaña, pensando, soñando o quizás maquinando una venganza contra todos sus males.
Bajo sus botas se encontraba el frío suelo, el cual le acogía noche tras noche, siempre a la misma hora sus pasos siempre se dirigían al mismo sitio; un callejón oscuro aparentemente sin salida, pero al final del callejón tras un contenedor de ropa usada se encontraba una vieja puerta oxidada, por su aspecto cualquiera que se acercase diría que llevaba años sin abrirse, pero solo era una tapadera, en realidad en los últimos años se usaba a diario.
David saco una llave hueca del bolsillo de su chaqueta asegurándose antes de que no había nadie cerca del lugar, tras esa breve pausa, abrió la puerta y cerro.
Alargando su mano tiro de una cuerda que encendía una luz en el techo, la estancia era muy lúgubre, y de escaso mobiliario, tan solo una mesa con dos sillas en el centro de la habitación, con algo que parecía una cama al fondo, como decoración había recortes de periódicos y alguna fotos por las paredes, aunque algo de lujo tenía el lugar, una alfombra que ocupaba gran parte de la pequeña habitación, pero nadie podía saber su valor real, pues estaba cubierta de papeles y una capa de polvo gruesa, si ese lugar fuera descubierto nadie dudaría de que estaba abandonado.
Se acercó a la mesa y revolvió los papeles que había encima hasta encontrar una agenda, la abrió y comenzó a ojear sus páginas, cuando llego a las últimas hojas encontró un pequeño sobre cerrado, lo guardo, tiro la agenda al suelo, provocando un sonoro golpe y salió del lugar.
Todo lo que ocurriría en las próximas semanas dependía de sus pasos, de cómo se desenvolviese, cualquier paso en falso derrumbaría el plan urdido durante años, escondido en esa habitación maloliente, noche tras noche. Y es que al destino le gusta demasiado jugar con tus sueños y esperanzas...
Años atrás era un refutado ingeniero, jamás le falto trabajo, pero la vida tenía unos planes distintos a los que él tenía en mente…
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