Gradiente fantasma que apareces a la hora esperada, ¿qué te ha mantenido, mi melosa, juguetona compañera, tan alejada durante todo este rato? ¿Qué ha logrado mantenerte lejos de mi lado? Y, ¿qué, en nombre del cielo y la tierra, dime, me ha mantenido cuerdo durante tu ausencia? ¿Será, quizá, que la dulce fantasiosa esperanza de verte a las seis de la tarde, ha sido suficiente aliciente para detener mi propensión natural a la locura? Tardío fantasma que tantas veces has ya, acariciado mi vista tanto como mi alma, con tu espeso velo, iluso, intangible, pero tan real como mi alma misma, acompáñame, mi dulce sombra que bailas con Venus, vamos a bailar esta pieza, que nada nos detenga ni detenga el intenso frenesí de nuestro incognoscible coito, que nada más que nuestro eterno baile drene la energía que le sobreviva a la pesadilla que hemos vivido estando separados por la indómita luz. Ven, mi luz oscura, bailemos esta pieza hasta que nuestros huesos se quemen con el naranja, al triste amanecer, cuando es necesario separarnos para recobrar la energía perdida, pero prométeme una cosa, mi ilusiva fantasía, antes de perder nuestra conciencia en el lecho matrimonial donde ni caballeros agradecen nada ni indigentes imploran por comida, prométeme, alma gemela mía, que me verás mañana a la misma hora: las seis de la tarde.
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