Sintió sus manos que acariciaban todo su cuerpo. Y se fue sumiendo en un deseo. Quería entregarle su piel, los sentidos, su ser. Anoche sus dedos habían recorrido nuevamente todo su cuerpo, imaginando que eran las yemas de él.
Ven y bésame, roza mi piel, decía. Ama todos mis miedos, suplicaba. Clavo sus ojos y con su mirada pedía que la desvistiera y le hiciera el amor. Que la amara esa noche. Tan sólo con un beso.
Susurró palabras, la hicieron desnudar. Besó sus labios, y su boca celosa, estremeció. Un beso intenso, le hizo tocar el cielo. La amó como su primera vez, como un regalo de la niñez, como si fuera uno de sus vicios. La hizo suya y volvió a sentir. Le ofreció volver a vivir.
No quiero que te vayas, aun tenemos mucho que descubrir, mucho que sentir. Ella le dijo mirándolo en la oscuridad de la habitación. Ambos pronunciaron sus nombres entre suspiros y gemidos. Llenaron sus cuerpos de besos y saciaron su sed de deseo.
Ya en la mañana de ese día de invierno, ambos descansaban abrazados entre sabanas. Enredados el uno con el otro, tan dulces, tan seguros, que no quedo ninguna sola duda.
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