Relatos de un soldado- Parte I

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                                     PARTE  I: LA ADAPTACION

 

 

No sabíamos si íbamos o no, pero el día llegó y el 15 de abril partimos hacia las islas. Llegamos al aeropuerto de la Isla Soledad aproximadamente a las 6 de la tarde, ya estaba oscuro y hacía mucho frío. De ahí fuimos caminando hasta Puerto Stanley (o Puerto Argentino), eran como 20 Km. y los hicimos a patita y sin chistar, como buenos infantes que somos.

Una vez llegados al pueblo seguimos otros5 Km. más hasta llegar a un galpón grandísimo en donde nos pusimos a descansar y pudimos pasar la noche durmiendo amontonados uno encima del otro.

Al día siguiente recibimos órdenes de establecernos arriba de unas montañas, y una vez llegados con nuestros bolsos porta equipos y el armamento correspondiente, nos pusimos a hacer nuestras posiciones de tirador cuerpo a tierra.

Allí el piso era muy húmedo y brotaba mucha agua por lo que era imposible hacer un pozo. El agua era cristalina y fría por lo que sumado a las bajas temperaturas nos hacía sufrir más de lo imaginable.

Luego del fallido intento por armar las carpas, las que no aguantaron el viento de más de 80 Km. /h, con tres compañeros nos hicimos una covachita chiquita con tortas de pasto y piedras, la que nos ayudó a cubrirnos algo del frío y la lluvia, que a esa altura, ya eran intensos. Apenas pudimos terminarla para el anochecer ya que como oscurecía temprano, contábamos con pocas horas de luz. Esa noche, dormimos algo mejor.

La comida, que al principio era abundante, consistía en un cucharón de agua sucia con algunos porotos o fideos y unas galletitas, pero luego fueron achicando la cantidad y por las noches las tripas nos gritaban de hambre.

Lo peor era que abajo de la montaña había un deposito grandísimo que el ejercito lo estaba ocupando para guardar todos los víveres que llegaban desde el país donados por la gente, pero el alimento nunca fue repartido y tuvimos que hacer un golpe comando y así poder robar bolsos de leche, galletitas y azúcar, que era lo mas esencial que pudimos rescatar, pues ya del hambre no veíamos.

Luego a la dieta le agregamos las famosas ovejas isleñas hasta que por arte de magia desaparecieron por completo. Pero rápidamente las reemplazamos por patos silvestres, que si bien su carne era mucho mas dura, para nosotros a esa altura, era un manjar. Hasta que también se acabaron los patos y debimos conformarnos con almejas crudas.

De un día para el otro al depósito lo trasladaron al pueblo por lo que nos quedamos sin las pocas provisiones que solíamos robar, pero por un tiempo pudimos aprovechar algunos restos que habían quedado medio podridos en el piso del lugar y con todos lo que juntábamos nos hacíamos unas regias sopas y algún que otro guisito.

Si bien el estómago lo manteníamos entretenido, ya que tampoco faltaba el improvisado mate, que nos hacíamos con algo de yerba usada secada al sol y utilizando una latita como recipiente y una lapicera como bombilla, seguíamos teniendo hambre, y a esa altura, el estómago lo teníamos a la miseria. 

 


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