Araucaria

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Araucaria

Siempre recuerdo a Matilda: era alta, morena, de suaves rasgos y “con unos ojos verdes que, cuando se posaban en otros, atrapaban”. ¡Vaya paradoja!, aunque contaba con tan irresistibles encantos, ninguno de los muchos caballeritos del pueblo ni siquiera llegó a insinuarle una vaga señal de galanteo.

        En cambio, otras veinteañeras no tan agraciadas como ella, eran dueñas de los sueños de más de uno de aquellos.

        Claro, en Chivilcoy, un pueblo chico a mediados del siglo XX, corría la voz de que Matilda era hija adoptiva, y de que su madre biológica era indígena. Sus compueblanos, sin que ella lo supiera, la apodaban “Araucaria”.

        Un día llegó al pueblo Pat Miles, un ranchero californiano de unos treinta y tantos años: compró un campo y se radicó allí. Al año, a bombo y platillos, y ante algunas personas caracterizadas del lugar, anunció su casamiento con Matilda. Sus interlocutores, aunque se sumieron en un silencio cómplice, comenzaron a mirarlo con compasión…

        Sin embargo, un comedido se proveyó de coraje y le advirtió: “Vea Pat, le voy a revelar un secreto sobre Matilda: es hija de una india araucana…”. Sonriendo, Pat le contestó:

        –¡Chocolate por la noticia…!

Juan José Retamar


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