AMIGO MONSTRUO

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–Hola –dijo la niña– ¿Por qué te escondes tras ese arbusto?

El monstruo tembló ante la pregunta. Había estado observándola durante varios minutos mientras ella jugaba a las muñecas sobre el césped. Creía que nadie descubriría su camuflaje, creía ser un asesino invisible a los ojos humanos. En ese momento su camaleónica piel comenzó a ponerse de todos colores: violeta, amarillo, azul…, había perdido el color verde y marrón del arbusto.

–Solo te estaba observando jugar –dijo él–. Te pido disculpas si te asusté.

Era cierto; solo la estaba observando jugar. En un momento pensó en atacarla, devorarla como solía hacer con los humanos, pero había algo distinto en ella.

–Sal de ahí, por favor. Quiero conocerte.

¿Cómo decirle que no a esa enorme sonrisa? ¿Cómo decirle que no a esas dos colitas de cabello rubio o a ese pequeño vestido floreado? ¿Cómo decirle que no a la criatura más hermosa que vio en su vida?

El monstruo salió de su escondite. Intentó cubrir sus colmillos con los labios haciendo un gesto ridículo, puso sus tentáculos detrás de la espalda, entrecerró las garras para que no se le vean las uñas y hasta puso su cola de dragón tras una de sus patas.

–¿Estás nervioso? –preguntó ella.

–No –dijo él mientras una gota de sudor recorría su rostro deforme.

–Pareces nervioso.

–Pues no lo estoy.

–De acuerdo. Pero lo pareces.

–Tal vez un poquito.

–¿Y por qué?

–Porque no nos conocemos. Quiero caerte bien. Cuando uno no conoce al otro, quiere mostrarse del mejor modo posible; no quiere que el otro piense mal de uno.

La niña asintió.

–¿Quieres que seamos amigos? –preguntó ella.

El monstruo sonrió mostrando sus largos colmillos, luego recordó que los estaba ocultando y se tapó la boca con uno de sus tentáculos. Luego recordó que también estaba ocultando sus tentáculos, entonces lo volvió a ocultar y respondió con un “sí” que le salió con voz ronca, con voz de monstruo. Luego quiso responder de nuevo con una voz más dulce, entonces tosió y le salió la respuesta en un tono tan agudo que hizo que la niña se riera a carcajadas. Luego de reír, la niña gritó con alegría:

–¡Entonces lo seremos!

Él quiso reír junto con ella, pero se puso serio y decidió confesar:

–Antes debería decirte una cosa: nosotros dos no somos iguales. He estado intentando mostrarme de un modo que no soy. Oculté mi verdadero yo. No sé si podremos ser amigos siendo que uno es el alimento natural del otro.

En ese momento unos tentáculos gigantescos salieron de la espalda de la niña. No eran como los de él, eran en verdad enormes, estaban cubiertos de un fluído oscuro y tenían aguijones que se veían muy venenosos.

–No te preocupes –dijo ella–, somos amigos; jamás te haría daño.

 

 

Autor: FEDERICO RIVOLTA


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