O fue la imaginación que no para de inventar, ante la querida ausencia, atrayendo el silencio que no seduce ni cautiva.
Pero… si, es él, se decía una vez y cientos de veces para que la razón dejara de ser el avispado efecto que ya ejercía su entrada triunfal en el momento preciso del sí sin el no imperfecto del momento que debía dejar la puesta en escena.
Era él, repetía, ensimismada por el alma que le ofrecía la tos inigualable, única, personal e intransferible. Todas las toses no son iguales aunque padezcan similitud orgánica. La suya se la adentró el alma sin medir el sonido, resultando una aproximación tan real, que la soledad se evaporó por las rendijas que el alma le cedió desde el misterio del más allá acercándolo al más acá de ella, que comenzó a vivir con el sonido de la tos; esa tos que apareció en el recital de poesía dándole vida y pasión.
Ella no prescindió los años que duró la vida de aquella tos acompañándola día y noche sin la soledad queriendo su amistad con quejas, con lágrimas, desesperadamente triste porque la tos no había aparecido en el recital de poesía. Su tos… aquella tos la tuvo aprisionada hasta el día de su marcha envolviéndola hasta el final; viajando juntas hacia donde fuera. Lo importante, lo real y lo deseado se había cumplido, y lo demás era “paja sin grano”.
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