Pequeña Flor.
El día había sido difícil, no podía ocultar mi cansancio, la luna me invitaba a soñar, acepté su invitación, me recosté en mi cama, cerré un momento los ojos, más no pude conciliar el sueño, pero sí me invadió ese peso que te invita a rozar el velo de la fantasía; tomé mi chaqueta, salí de casa y comencé a caminar solo por el valle, en el cual sentía ser el único en la faz de la Tierra. El viento golpeaba las cosas y de este modo le daba ánima a los recuerdos, encerrados en los objetos, la compañía de éstos era hueca, su presencia era lejana, aun estando a unos cuantos metros de mí, tan sólo llenaban el panorama de nostalgia…”Fusssh” aún tengo el sonido del viento grabado en mi mente. El lugar era infernal, no podía distinguir entre la luz y la penumbra, las calles estaban vacías, mi cuerpo pedía clemencia: estaba casi congelado, las manos las tenía entumidas y mi cara era cortada por el frío. Intentaba llorar, pero mis lágrimas, no se exteriorizaban caían directo a mi corazón, sólo estimulaban mi dolor, estaba solo. Por un descuido caí en una zanja, donde por casualidad encontré una pequeña flor blanca.
Me quedé enamorado de ella y sin pensarlo, la arranqué del suelo para llevarla a mi hogar. Era espectacular, airosa y gallarda la pequeña flor; a toda la gente que chocaba conmigo le presumía mi dicha de encontrar a tan hermosa planta.
Estaba muy feliz, la pequeña flor me reconfortaba y su sola compañía alejaba al viento, el cual me asfixiaba.
Pensé que mi alegría duraría para siempre: mi plan era que la flor se quedara conmigo por siempre; jamás cruzó por mi mente, pensar que la vida de mi compañera, tan sólo había sido prestada.
Durante el viaje le hablé de muchas cosas, se convirtió en mi mejor amiga en sólo unos minutos; cuando llegué a los portones de mi hogar, ella acarició mi mejilla y con un delicado beso de su aroma, se despidió de mí, y empezó a morir.
Corrí lo más rápido que pude para tomar un florero y poder colocarla en él, una vez que lo encontré, busqué el agua más limpia que pude encontrar, la puse suavemente en el agua; por unos momentos más, mi amiga recobró la vida. En vez de seguir hablando con ella, fijé mi atención en cosas tontas y sin darme cuenta, ella murió sola, sin mí a su lado.
Con gran dolor tomé su cuerpo, le di un beso en sus pétalos, después de llorarle por varias horas la acerque a mi frente y suavemente le dije: “Te amo pequeña flor”.
Desperté en mi cama, con la flor en mi mano.
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