Este era un becerro, que nació como otros familiares y compañeros. Pero tenía un sexto sentido que le faltaba a los demás, que era el comprender lo que hablaban los humanos y a través de sus fanfarronadas. Él comprendió que de mayor iría a parar a una plaza de toros, donde lo torearían otros humanos famosos, que en aquel momento estaban en candelero, engañándolo con una capa. Al mismo tiempo, que lo iban a herir con armas cortantes, para luego matarlo delante de un gentío fanático.
Al saber eso, el torito tenía dos posibles caminos, o ir a la plaza y allí antes de morir de un tiro (porque con una espada no se iba a dejar), después de intentar matar a cuantos encontrara, sin hacer caso a la capa que le iban a poner por delante. O hacerse el bueno delante del ganadero, para que este lo tomara por su mascota y así nunca llegaría a una plaza. Porque en esta, solo quieren toros bravos, pues los mansos dan poco juego para lo que ellos quieren.
Pensándolo bien, cogió esta última opción, porque le parecía la más inteligente, para seguir viviendo unos años más y no morir tan joven aunque fuera matando. Sin embargo, antes intentó que los demás comprendieran su postura y que ellos siguieran su camino; siendo sus esfuerzos en vanó. Por lo tanto, él comenzó a hacerse el bueno delante del ganadero y este picó. Diciendo un día: este torito bueno queda aquí como mi mascota y en un futuro va a ser el semental de todas las vacas mansas que tengo. Así fue, el torito al hacerse mayor, por ser inteligente, se ligaba a todas las vacas del rebaño y vivió una vida a cuerpo de rey.
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