El sol comenzaba a salir fuera del casino. Llevaba 10 horas en el templo viviendo encima de un hilo fino con el Dios Suerte sonriéndome. 12.500 euros, cinco veces la cantidad inicial. Los números no fallaban esa noche, pero no me daban la bofetada necesaria para salir de allí. Me levanté de la mesa de Black Jack para recorrer la alfombra roja hasta la ruleta. Una última jugada, todo o nada, vida o muerte, victoria o derrota, todo al negro en una noche roja. La bola empezó a correr libre, la ruleta girando, mi respiración acelerada, el pulso firme, vista al frente. No va más, sonó en la mesa. Y fue en ese momento cuando supe que estaba jugando a la ruleta rusa, que todo estaba en manos de la suerte y ya no podía hacer nada, que estaba por completo en manos del azar. Comenzó a saltar, de casilla en casilla, y por fin paró. Negro, vida.
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