Camino a la vida

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Era el cuarto día de marcha sobre las inmensas tierras que desembocaban en las puertas de Europa. Llevábamos 130 kilómetros a nuestras espaldas, 130 kilómetros que nos separaban de la muerte, a la par que nos separaban de nuestra vida, nuestra historia, nuestra casa, 130 kilómetros que nos separaban de nosotros. Los ancianos peleaban, los niños reían y jugaban por la mañana, y lloraban por la noche, mientras que nosotros, los padres y adultos, camuflábamos el miedo entre frases de ánimo y síntomas de esperanza. Tan sólo un día más, sonaba a voz viva en la caravana de personas refugiadas que buscaban una nueva oportunidad de vivir o, al menos, sobrevivir. Un día más y podremos empezar de nuevo. Y ese día pasó, y llegamos al nuevo mundo, la tierra prometida que nos salvaría, el lugar de las oportunidades inagotables, pero, claro, se nos había olvidado que nosotros no éramos como ellos, para ellos nosotros no éramos personas, sino simples animales peligrosos para su mundo, mundo capitalista en el que los números sacaban a las personas de las decisiones. Y allí sobrevivimos, entre el barro, hasta que la enfermedad bajó para llevarnos con ella a una nueva tierra, un nuevo mundo, donde sí tendríamos, al menos, una oportunidad para ser personas.


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