Nada como el recuerdo del primer amor, de juventud o niñez —qué más da, amor al fin y al cabo—, aún sigo recordándola pasados los años. Aquel sentimiento quedó impreso en mí para siempre, en mi alma, en mi corazón y todo mi ser. Quedó grabado en el cielo, dónde sólo nosotros podemos leerlo a día de hoy.
Es la añoranza de lo que fue, de lo que pudo haber sido y de lo que nunca ocurrió. Ese recuerdo me trasmite paz, serenidad y alegría; sobre todo cuando vuela sobre mis pensamientos más profundos dentro de mi cabeza. Viaja por ellos, libre, sereno y en armonía consigo mismo, es un recuerdo de algo tan especial; atemporal pase el tiempo que pase, porque sé que sigue ahí —y quiero que siga estando—. Y así será, hasta que el final de ambos llegue sin remedio. Hasta entonces, cada día sigo leyendo en el cielo su nombre, con la esperanza de que esa línea roja que une nuestro ser común, algún día sea tan corta que con sólo alargar un brazo, pueda tocarte con mi mano, cogerte entre mis brazos y susurrarte al oído…
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