Capítulo 2: EN ARAN-LA BICICLETA ROJA

Cerca del mar, lejos de la autoridad, entre bosques salvejes y montes perdidos, se encontraba aquel paraíso sin fin, Aran. Agatha, Gala y yo vivíamos en la casa de dulces de Hansel y Gretel, que además estaba rodeada de jardines y ríos paradisíacos. 

Me habían dicho que alguna vez fui de una madre hermosa, como la luna llena, y de un padre maravilloso, como los rayos del sol que brillan através de las nubes. Pero yo nunca escuchaba nada de eso, Agatha, aquella señora adelantada en la edad cubría el trabajo de mis padres.

La gata blanca, Gala, y yo nos despertábamos a las diez de la mañana y bajábamos corriendo hasta el salón de estar para desayunar las tostadas y la leche que Agatha nos preparaba. Mientras que yo jugaba con Gala, Agatha limpiaba toda la casa y nos hacía la comida. Después de comer cuidábamos las flores de Agatha, bajabamos al pueblo a jugar con los demás niños y volvíamos a casa para cenar. Y así era todos los días, excepto los domingos. Todos los domingos nos visitaba la hija de Agatha, Eleonora. Una joven bella y graciosa, con el pelo oscuro y brillante, con los ojos azules y grandes, con labios carnosos y siempre pintados de rojo, que llevaba vestidos elegantísimos con estampados florales que acaparaban todas las miradas, incluso la mía. Era unafemme fatale, y yo la admiraba, mucho.

Se me pasaron años así, hasta que una noche pasó algo que nunca debería pasar...

-Martina cariño, ¿me puedes traer las pastillas amarillas que están sobre la encimera de la cocina?

-Ahora las traigo.

Baje las escaleras hasta llegar a la cocina. Mezclé las pastillas amarillas, las azules y las blancas con puntitos grises en un baso con agua fría y subí las escaleras corriendo para llevarle la mazcla a Agatha. La pobre Agatha lo bebió todo sin pensarlo dos veces. A la mañana siguiente Agatha ya no respiraba. Nunca nadie supo porqué Agatha murió, solo yo.