Historia de una noche de verano (III)

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Destino o azar

 

¿Cuántas teorías sobre el destino deben de haber? Hay mil millones de interpretar nuestro futuro y, hasta que no se demuestre lo contrario, todas son iguales de ciertas.

Según mi punto de vista, no tenemos un destino. No tenemos unas acciones predeterminadas, ni estamos unidos por un hilo rojo ni todo pasa por algo (por mucho que utilice esa frase). Pero cada pequeña decisión, por insignificante que parezca, que tomamos, determina la siguiente. Determina nuestra decisión y la de los demás.

No sé cuál de todas mis, o sus, pequeñas decisiones me hicieron llegar a Malta y conocerlo. Ni qué decisiones hicieron que nos gustáramos.

Encontré un vuelo para el puente de octubre. Tenía el dinero que había ganado durante el verano. Le pregunté y le encantó la idea. Faltan varios meses para octubre, y eso implicaba que debíamos seguir tal y como estábamos hasta entonces. Teníamos que comprometernos y lo hicimos.

Yo empecé la universidad. Gente nueva. Como ya me había dicho alguien, al empezar es posible que conozcas a alguien que te guste. Y me pasó. Me gustaba y parecía que podríamos llegar a tener una relación más formal. Pero no quería dejar de tener la posibilidad de que algo imposible pudiese hacerse realidad. Así que le conté todo al otro chico; le dije que sí, me gustaba, pero que por ahora no podría avanzar y le expliqué la razón. Él estaba al corriente de todo, incluso de mi futuro viaje. Manuel y yo teníamos un relación extraña. Ambos podíamos hacer lo que quisiéramos, pero ambos sabíamos que entre nosotros había algo.

Octubre llegó. Por un momento pensé que quizás no sería como me lo había imaginado. Que estaría pensando en el otro, que quizás sería incómodo, que lo había idealizado todo demasiado… He olvidado decir que me quedaba en su casa, es decir, estaría con él 3 días enteros. Además, había pedido fiesta esos días.

La única palabra que se me ocurre para describir esos días es perfecto. Parecíamos una pareja, una pareja que hacía tres meses que no se veían. No me creía que donde estaba yendo hasta que empecé a acercarme a la puerta de salida. Él venía a recogerme al aeropuerto. Recuerdo bajar por las escaleras mientras mi estómago se llenaba de las míticas mariposas. Salí. Aquello era de película. Un montón de gente esperando a familiares, clientes, parejas… No sabía si buscarlo, morirme o darme la vuelta y huir. Entonces lo vi. Me estaba buscando pero no me vió. Me acerqué a él y justo cuando se giró, llegué a su lado. Sin decirnos nada, nos abrazamos. No sé quién temblaba más, si él o yo.

Un amigo suyo nos llevó hasta su casa. Al principio fue todo muy formal, muy tímido, muy nervioso. Me enseñó su casa y poco a poco, fuimos cogiendo confianzas. Esa misma tarde, ya parecíamos novios de 12 años. Todo el rato dándonos mimos, besos, miradas, sonrisas… De hecho, estoy escribiendo esto y la misma sensación me está invadiendo.

Fueron unos de los mejores y cortos días desde hacía tiempo. Turismo, playa, fiesta y romanticismo. Le expliqué lo del otro. No soy una persona que pueda mantener ese tipo de cosas callada, necesito ser sincera con las personas que me rodean. Le expliqué que era una persona que tenía potencial, y que me había hecho dudar. Pero después de esos días, tenía más que claro que no iba a renunciar a esos pequeños momentos de gloria. Por cortos y poco habituales que fueran.

La despedida se basó en no te vayas, no quiero irme, quédate, secuestrame y moñadas varias. Volví a la realidad.


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