Las vueltas que da la vida son a veces demasiado enrevesadas para ser verdad. Terminar cuidando de ancianos, a pesar de todo lo que se diga de ellos, todos ellos son fuente de sabiduría, unos por mayores, otro porque realmente lo son, topé con residentes que fueron albañiles, agricultores, militares, costureras, amas de casa, incluso enfermeras y auxiliares de enfermería. Todos con una historia más sencilla, otros demasiado complicada.
Pero sobre todo eran personas, todas ellos marcados por la guerra, la dictadura y la transición, la fuerza de empuje de nuestros mayores era inagotable, emanaba de ellos a pesar de la enfermedad, del deterioro físico y mental.
No puedo olvidar al escribir estas líneas, las caras de muchos de mis residentes, la gran mayoría murieron hace tiempo ya, pues mi labor era su cuidado una vez se encontraban enfermos o demenciados, puede que al final olvide sus nombres, pero sus caras de agradecimiento, de dolor incluso malhumorados cuando su mundo se venía abajo y muchas de sus historias jamás saldrán de mi cerebro.
Solo me gustaría pensar que, en todos los rincones del mundo, nuestros mayores sean tratados como lo que son, diamantes en bruto, el mundo escribe su historia gracias a lo que se dice en la televisión o los periódicos, pero la verdad reside en las personas, y que mejor que nuestros mayores para contarnos aquello no podremos imaginar, que ni siquiera podremos soñar porque no hemos vivido nada de ello, porque podemos aprender mucho de nuestros mayores, no los arrinconemos en residencias como trastos inútiles e inservibles, no puedo enumerar las veces que fui testigo de ese acto, abuelos que ingresaban en una institución y una vez al mes recibían una llamada, al final solo les quedaba la atención del personal del centro, nuestras muestras de afecto, a veces nuestros hombros donde llorar y nuestros brazos donde sentirse protegidos o queridos.
No dejemos que nuestros mayores caigan en el olvido, aún tienen mucho que aportar a la sociedad y a nosotros.
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