Plenilunio de mi Juventud (ll)
Por Jaimeo
Enviado el 01/04/2016, clasificado en Amor / Románticos
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Plenilunio de mi Juventud (ll)
En silencio la seguimos hasta una galería donde habían puesto improvisadas y largas mesas montadas en caballetes. Había sentados chicos y chicas, un poco mayores que nosotros que fumaban y hablaban en voz alta; aparentemente eran amigos de ella y sus copas estaban medio llenas de vino. Nos miraron con curiosidad, me sentí molesto y hablé con voz entera y fuerte.
—Hola, buenas noches a todos —contestaron a coro, rieron y siguieron con su alegre parloteo.
Alguien nos sirvió un trozo de carne asada, acompañado de ensaladas y un gran vaso de vino. Después de ingerir la bebida alcohólica, nos envalentonamos y comenzamos a conversar con los bullangueros de tú a tú.
En la sala del velorio ya no rezaban, se oyó el pulsar de la desafinada guitarra, que repetía monótonamente dos arpegios y la voz quejumbrosa de un campesino entonó una especie de cántico en versos, donde elevaba una oración al Taita Dios que escuchara su ruego por el eterno descanso de la finada, haciendo hincapié en sus virtudes que la acreditaban para entrar en el Santo Reino. En las últimas rimas, al pobre, que estaba muy bebido, se le escapó un "gallo" que hizo carcajear a la irreverente juventud.
El velatorio continuó, ahora con la intervención de todos los adultos, quienes comenzaron el juego de las adivinanzas, la mayoría muy ingeniosas que implicaban un doble sentido dirigido al sexo, pero cuya solución no tenía nada que ver con éste, provocando maliciosas sonrisas.
Entretanto la bella rubia, se las ingenió para sentarse a mi lado y su cálida pierna quedó apegada a la mía. Sentí un agradable calorcillo, quise retirarme un poco, creí que todo el mundo nos miraba; fue en vano, ella con una picaresca mueca, conversando con el resto de los presente, nuevamente tocó mi pierna con la suya.
Aceptadas las condiciones empezamos el juego un total de dieciocho jóvenes, bajo la comprensiva mirada de la gente adulta que continuaron su "fiesta" aparte. No faltó el chusco que comenzó a pintarrajear con corcho quemado la cara de uno de los campesinos que se había quedado dormido en su silla; continuó la gracia con un gordo que también dormitaba y a ambos les dibujó cuernos en la frente, les ennegreció el extremo de la nariz, terminando con barba y bigotes. Acto seguido procedió a despertar a uno de ellos, diciéndole con alarma:" ¡Amigo, amigo, despierte miren que lo quieren agarrar pa'l fideo !". La víctima del bromista despertó sobresaltada y éste le señaló al otro dormilón igual de pintado, ya despabilado dio inicio a estremecedoras carcajadas, burlándose de su compañero de infortunio; todos reían de buenas ganas y aumentó el jolgorio cuando señaló con un dedo al rechoncho que roncaba y, tomando del brazo al chistoso, le dio las gracias por haberlo despertado. El gordinflón abrió los ojos con la chacota y comenzó a carcajearse también, mostrándose mutuamente ambos camaradas marcados por la chirigota.
Algunas señoras salieron al patio, aparentemente para no orinarse con tanta hilaridad. La comedia terminó cuando el flaco y desdentado campesino quiso secarse las lágrimas que brotaban de tanto reírse y vio que sus dedos resultaron teñidos; como no era tonto, se restregó toda la cara comprobando que él era uno de los involuntarios payasos. El regordete quedó "cachudo" y también se examinó su rostro y hubo un momento de suspenso porque ambos se mostraban molestos; pero el hábil ejecutor de la diversión se apresuró a llevarles sendos vasos de vino y los tres terminaron bebiendo aún estremecidos por los jocosos momentos recién pasados.
Entre tanto, Elena, que así se llamaba la sobrina del dueño de casa, pidió que juntáramos las manos como si rezáramos; luego ella hizo lo mismo con un anillo escondido entre sus palmas y comenzó a recorrer el grupo, deteniéndose ante los participantes pasaba sus blancos dedos entre las extremidades de ellos, mientras decía:" Corre el anillo por un portillo..." y cuando su delicada piel pasó entre las mías, la traviesa movió su índice haciéndome cosquillas en una de mis palmas; por supuesto no tenía nada que ver con el juego y me ruboricé un poco.
—¿Quién lo tiene? —Preguntó a uno de mis acompañantes; éste señaló a una chica rubia que lo miraba mucho, pero ella abrió sus manos y no estaba allí la alhaja.
—¡Prenda, mi caballero! La tiene Pepe —uno de nuestros nuevos amigos mostró el anillo. El perdedor debió entregar su reloj que debía rescatar como parte del juego.
La recuperación de las prendas tuvo ribetes muy cómicos. A mi amigo Mauricio la alegre Elena lo hizo beber una botella de vino como penitencia; a una humilde chica lugareña le impuso como compensación besar en la cara a uno de los bien vestidos futres; le costó decidirse y aproximó sus labios a la mejilla, pero el muy tunante volteó el rostro y la pobre niña lo besó en plena boca, ante la burla de todos.
La hermosa entregó el puesto a otra de sus amigas, quien siguió el juego con igual maestría, mientras ella se retiró. Cuando la reemplazante pasó sus manos entre las mías, se inclinó y me susurró al oído: " Elena te espera junto al fuego". Sentí tanta confusión que mi rostro ardía, pero con disimulo miré hacia afuera y vi la figura de la buena moza recortada contra la fogata.
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