Zeilo y sus inicios (4) Primeros amigos
-¿Eres nuevo verdad?
-Pues claro que lo es, esa cara no es de aquí. ¿De dónde vienes?
-¿Qué haces aquí? ¿Te has perdido? Has elegido mal día para perderte, ¿a que sí Simmon?
-Eh tranquilos, dejadle hablar -parecía el líder de la cuadrilla-. Yo soy Simmon y estos son mis amigos Benson, Tald y Herdeg. Discúlpales, llevamos mucho tiempo sin ver forasteros y queremos un poco de novedad.
-Eso, discúlpanos. ¿Tú cómo te llamas? -Benson tenía la misma edad que los demás, unos cuarenta y se apreciaba en su rostro que había trabajado durante toda su vida.
-Soy Zeilo, vengo de un pueblo cercano y he venido para alistarme al ejército -lo dijo totalmente convencido y dio un trago a su jarra de cerveza que había traído una camarera.
-¿Alistarte al ejército? Caray, ¿necesitas desahogarte con un par de soldados capullos de Naldor? -Este era Tald, estaba sonrojado y le brillaban los ojos por culpa de todas las copas de vino que había bebido.
-Algo parecido sí, hace un par de semanas arrasaron mi hogar y quiero un poco de venganza.
-Pues haces bien, ¡por la venganza de Zeilo! – Levantaron sus jarras y bebieron.
-Y tú Heg, ¿no vas a decir nada? -Simmon le dio un codazo amistoso a su compañero que estaba mirando hacia la barra.
-Emm, sí, claro, ¡por Nili! La camarera más bella del reino -se bebió toda su jarra de un trago y sonrió a sus amigos.
Todos rieron y dieron golpes en la mesa con sus jarras. Llamaron a la camarera y pidieron otra ronda.
-¿Cómo lleváis la batalla? -Preguntó Zeilo, sentía mucha curiosidad.
-Bueno, sabemos que llegaran en un mes aproximadamente y que serán más que nosotros. No tenemos muchas esperanzas y no tenemos las de ganar pero defenderemos nuestra ciudad, eso tenlo por seguro -dijo Simmon con la cabeza gacha.
-¿Veis la batalla perdida?
-Esto no es como era antes, somos todos viejos y atrás quedan aquellos años en los que éramos nosotros los que arrasábamos, ¿te acuerdas Heg?
-No muy bien, siempre acabábamos borrachos en alguna taberna de mala muerte -soltó una carcajada y le dio un codazo a Simmon que sonrió como un niño al que habían pillado haciendo alguna trastada.
-¿De dónde procede tú nombre Heg?
-Se lo inventó mi padre una noche que estaba borrachín, Herdeg, si te das cuenta solo puedes pronunciarlo con claridad si llevas unas cuantas copas de más -sonrió enseñando unos dientes blancos y perfectos.
-Heg... sí tienes razón -se sonrojó un poco-. ¿Sois soldados?
-Éramos, ahora tenemos un trabajo y cuidamos a nuestras familias. Yo soy Simmon el lechero.
-Benson el tonelero, hago los mejores barriles de por aquí.
-Tald el ebanista, hago maravillas con cualquier trozo de madera.
-Pues yo soy Herdeg y era herrero, ahora el negocio lo lleva mi hijo y vivo mejor que vosotros tres juntos.
Rieron y bebieron hasta bien entrada la noche. Eran los últimos en la taberna y no tenían intención de marcharse.
-Creo que debería dejar de beber, mañana tengo que pasar una prueba para alistarme y no quiero que todo me de vueltas cuando tenga entre mis manos una espada.
-¿Una prueba? Eso es nuevo, ¿te has encontrado con el tonto de Dagoth? -Preguntó Tald malhumorado.
-Sí, me dijo que debía pasar una prueba y que si no la pasaba me tendría que marchar de la ciudad -no entendía que pasaba.
-Necesitamos hombres y se pone a hacer pruebas, no le llega la sangre a la cabeza, confirmado -dijo Heg que estaba casi tumbado en la mesa.
-Es el peor teniente que podríamos tener, es un bastardo mimado a escondidas. Se pasa el día en el burdel y no es capaz ni de entrenar a los jóvenes.
-Si dependemos de él y de sus amigotes lo llevamos claro.
-Y además el rey no hace nada, no sale de su palacio y solo se dedica a recibir mujeres en su cama.
Los cuatro amigos dieron un puño en la mesa y al levantar la cabeza la agacharon rápidamente. Zeilo se giró y vio al teniente con tres soldados a sus espaldas, señaló a su mesa y gritó:
-¡Salid a la calle! Vais a aprender a no hablar mal de mí y de nuestro rey, no sois más que escoria.
Los cinco salieron de la taberna dando tumbos. Los soldados les rodearon, Dagoth le dio una espada a Zeilo que la cogió al vuelo y se enderezó para batirse en duelo.
-Forastero, insolente, alborotador, borracho… lo tienes todo. Si consigues no caerte ni sangrar, estas dentro de nuestras filas -se acercó mientras sus amigos se reían y le hizo un corte en la camiseta-. Pero si no lo consigues, prepárate para suplicar.
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