Eran casi las tres de la mañana y no me podía dormir. Sentí la tentación de levantarme, encender la luz y ponerme a jugar con mi castillo pero el miedo a mi madre si se percataba que no estaba en cama fue superior a mis deseos. Así que me conformé en recordar el día que llegaron mis amigos a casa: la dama Tana con su ropajes verdes adornados con purpurinas doradas, el coronel Justo con su armadura de latón y su caballo blanco, el hada Liana con su vestido de terciopelo azul celeste adornado con una capa marrón de chocolate que a día de hoy había aguantado mis tentaciones pero que no creo que aguantara mucho más. El sastrecillo Lean siempre con sus tijeras al cuello y sus bobinas de hilo en mano. La princesa Nuela con su vestido largo color vino y la sonrisa siempre en su rostro. El rey Ermán con su traje azul con treinta y ocho botones de nácar plateado y su sombrero de copa. Por no hablar de Lonor la historiadora, Sina la parlanchina, Miliano el noble, Lipe el leal, Eli la bondadosa, Nidad la consejera, Marilú la consentida y Amón el sabio. También entablé amistad con Paci, Vando, Dalu, Silda, Lita y Biana las doncellas e incluso conseguí unos días atrás que una de ellas, Sula, esbozara una sonrisa y eso que era difícil.
¿Os preguntáis de qué os hablo verdad o ya os lo habéis imaginado? En efecto, os estoy hablando de mi castillo y de sus habitantes los cuales durante el día y por si alguna mirada indeseable descubría su secreto se comportaban como lo que eran, muñecos, y por la noche cobraban vida y tenían voz y sentimientos propios. Tenía ganas, como digo, de levantarme y ponerme a jugar con ellos, no tenía sueño. Pero mi linterna de noche se había quedado sin batería por lo que la única alternativa era levantarme y, o ir a tientas cuidando de no topar con nada y hacerme daño y sobretodo, con cuidado de no hacer ningún sonido que hiciera sospechar a mis padres o arriesgarme a encender la bombilla central de mi cuarto. Pensé que a esa hora estarían profundamente dormidos y que no se darían cuenta, pero la cobardía me pudo. Así que me di la vuelta, volví a posar mi cabeza en la almohada y cerré los ojos.
No sé cuánto tiempo pasó pero el suficiente para darme cuenta que no lo iba a lograr así que decidí ponerme la valentía por vestimenta e ir a poner un poco de claridad a mi oscuro cuarto. Pero cuando me incorporé el decorado que encontré a mí alrededor era…no sé…raro. De golpe y porrazo todos mis amigos estaban junto a mí, en mi cama, rodeándome. ¿Cómo habían llegado hasta aquí? me pregunté.
- No nos hagas preguntas que tú y solo tú sabes responder. Nosotros solo somos muñecos.
- No te entiendo Lipe.
- Claro que le comprendes Lota-me miró Silda-Tú con el poder de tu mente nos has llamado y nosotros lo único que hemos hecho ha sido acudir a tu presencia.
De repente, no preguntéis vosotros tampoco el motivo, en lugar de cagarme de miedo puesto que eso no me había pasado nunca, me dio por acordarme de que esa misma mañana me habían cambiado las sábanas y…
- Tranquila niña, que mi caballo blanco está a buen recaudo en el establo. No se me ocurriría llevar sus herraduras hasta estas sábanas blancas y este edredón de ganchillo color rosado.
- Y bien, ¿para qué requerías nuestra presencia?-me miró fijamente Sina.
- ¿Te ocurre algo pequeña?-me preguntó Tana con su sonrisa blanca que recién parecía salida de un anuncio de dentífrico.
- Nada, que no logro conciliar el sueño.
- Venga, algo te pasa-sentenció Nuela-a nosotros no nos puedes engañar, ¿lo sabes verdad?
Pues no, no lo sabía. ¿Cómo lo iba a saber si solo era una cría? Así que me quedé callada sin darle respuesta. ¿O quizás no la estaba esperando?
- Mira Lota-esta vez era Justo quién con su voz cual caramelo de esos que hacen que saques humo por la boca quién me dirigía la palabra-aunque tú creas que por las noches cobramos vida no es así, y esta noche tampoco. Eres tú la única persona que tiene el poder en la mente para que puedas escucharme y escuchar a los demás. Yo no hablo, tú haces que hable.
- Eso, y nos hemos dado cuenta que nuestra voz solo se materializa en esos momentos en los cuales estás perdida-puntualizó Ermán.
- A ver, ¿de qué camino te has perdido?-me preguntó Lipe con su medio sonrisa.
- Si supiera cuál es el camino sabría de qué camino me he perdido.
- Así que ese es tu problema, no conocer el sendero-dijo Lean jugando con los hilos que tenía entre sus dedos. ¿Te puedes hacer una idea de cuanta gente sabe la respuesta a esa pregunta?
Le miré aturdida, sin comprender. Dentro de mí imaginé que la gente mayor, mis padres, mis tíos, mis profesores…tenían esa incógnita despejada desde hace tiempo, pero yo como digo solo era una niña de once años.
- Pues nadie. Escúchame bien, nadie-respondió esta vez la seria Sula.
- Pero entonces…-me limité a decir.
- ¿Entonces qué? Como el resto de seres humanos seguirás, pese a nuestras palabras, buscando el camino. La única realidad es que el verdadero camino lo forman todos esos caminos que tú caminas en busca del camino correcto. Pero ese, como digo, no existe: el camino son los caminos.
De repente oí la voz de mi madre que me llamaba. Por los cristales de la ventana se veía como los rayos del sol pedían permiso para entrar. ¿Había sido todo un sueño? Realidad o ficción decidí no olvidarme jamás de que “el camino son los caminos”.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales